Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Programa para un rato

Los planes están para que la vida te demuestre que estaban equivocados. Dice un amigo juguetón: “La realidad supera a la afición”. Lo imponente del azar y la necesidad no quita para que los planes se ideen para ser cumplidos, y no concebidos como un cuento de la lechera o un tangay de micrófono (un mitin, por ejemplo). Hay un tipo de plan que cuantifica los recursos y los tiempos, que se denomina programa. Como la política es muy suya, los programas electorales son una mera declaración de intenciones, sin mucha cifra. Y se llama “programa” de un partido a un tríptico que casi ningún votante se lee: aquí somos de nuestro equipo; o voto a los míos, o me quedo en casa el domingo. De forma que, por ejemplo, Felipe González, Alfonso Guerra o Nicolás Redondo Terreros votan al PSOE de Pedro Sánchez –eso dicen, la intimidad es muy suya–, y se han vuelto descubrimientos tardíos entre la derecha, que otrora no los tragaba. Nunca pasará eso con Aznar entre las huestes “de progreso”, palabra ungida de santidad (laica), pero que en la práctica no viene significando un comino, y mencionaré una vez más a Manuel Gregorio: Puigdemont, “golpista de progreso”. La verdad líquida: los programas de los partidos no cotizan para nada entre los votantes, ya convencidos de antemano, o bien abducidos por carismas de ocasión. “Es que me cae muy bien Yolanda, tío”. Aunque Yolanda no diga nada serio. Cuando, justo mayor de edad, voté en 1982 al PSOE de González, Guerra y un equipo técnico de primer orden –que ya quisiéramos–, uno de sus lemas era “OTAN, de entrada, no”. Un sutil doble sentido que podía interpretarse como “de entrar, nanay”, pero también, de rondó, como “en principio, no; ya veremos”. Como sabía aquel estadista responsabilizado, Felipe, sin Alianza Atlántica militar no habría “Comunidad Europea”, esas botas de las siete leguas a las que tanto debemos. Cuando Zapatero, ya hace menos, prometió dos cosas en su lucha electoral primera (salida de la guerra de Afganistán y matrimonio homosexual), y al arribar a Moncloa las cumplió, fue un gran político. Después fue lo que daba de sí. Eso sí fue responder al programa electoral. Ahora, el programa es algo descontado, por prescindible. La rabiosa urgencia de los pactos en un juego a chiquicientas bandas deja en la basura a los compromisos sobre papel encerado. Los cazadores de fortuna y oportunidad lo saben, y esperan su ración, la del león, un león autóctono, religioso de su bandera. Pesetero como buen rico. En esa fase posterior al escrutinio, los programas valen lo que un caramelo en la puerta de un colegio.

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