Hay penas que duran un rato y otras que duran toda la vida. Hay hechos que dejan de ser noticiables pero su impacto sigue tan presente como el primer día. Hay sensaciones de ausencia, que permanecen intactas por mucho tiempo. Existen también conmemoraciones y recuerdos que son fechas marcadas por y para la formalidad y el protocolo y otras, que nacen de dentro, que son necesarias, que son una oportunidad de reencuentro alrededor de algo que realmente merecía y sigue mereciendo la pena.

En este año y medio tan terrible que llevamos vivido, hemos sufrido pérdidas contabilizadas en cifras inasumibles, incomprensibles e inaceptables. Pérdidas humanas, pérdida de vidas, de personas insustituibles, de seres necesarios e inigualables. Un año de vivir sin poder contarles, sin recurrir a la llamada buscando su aliento o sus bromas, su cariño o sus reproches. Año de ausencia y vacío, un año en el que nos hemos enfrentado a experiencias en las que nos hacían mucha falta, en las que hemos tenido que intuir e imaginar sus respuestas y reacciones, huérfanos de sus consejos y de sus indicaciones. Rescatando a diario anécdotas para buscar algo de luz y consuelo.

Rememorar es traerlos y hacerlos presentes, una puesta en común de su esencia mediante los recuerdos de todos los que quisimos y queremos a quien se fue. Es constatar cada día que queda su ejemplo, que sembraron y que por aquí, seguiremos intentando imitar sus brillantes maneras de hacer, aspirando a reproducir comportamientos que se han evidenciado inigualables. Preguntándonos a diario cómo procederían e intentando ser cada día mejores para parecernos a aquello que fueron.

Que nos faltan los olores, el tacto y el guiño de quien no está, llevamos un año constatando que faltan sus notas, que falta el Jameson con agua para que la conversación suba de nivel, para que la tertulia, el debate y el análisis adquieran el tono de la excelencia que los ausentes le otorgaban. Conscientes de que hay discursos que no volverán, frustrados por perder la habilidad, la agilidad y la maestría de quien se fue, cada día más conscientes de que son irreproducibles. Consejos certeros y orientación acertada, la guía, los guías.

Y es que los números eran ellos, las cifras eran gente, nuestra gente, gente de otros. Leímos de corrido números y datos sin reparar en lo que realmente perdíamos y con el tiempo, tomamos conciencia -a base de vacío- de lo solos que nos vamos quedando, de lo solos que nos han dejado, de la falta que nos hacen. Que un año no es nada. Que de alguna manera, no se han ido, que permanecen.

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