Perder el debate en un instante

Sánchez tuvo como hándicap su altanería. ¿Y las mentiras de Feijóo Sólo comprometen a quienes se las quieran creer

Feijóo ganó el debate y Sánchez lo perdió. Se habla mucho de las mentiras o medias verdades del jefe de la derecha española. Eso no cuenta. En campaña, a estas cosas les pasa como a las promesas; sólo comprometen a quien se las cree. El cinismo de los políticos es tan ilimitado como la devoción de sus seguidores. Para los exaltados de uno u otro bloque, el líder que miente o falta el respeto al rival es su héroe. Pero, sobre todo, el debate es un arte efímero, un teatro en el que funciona la impresión que se causa en ese instante a los espectadores. Las buenas réplicas sólo puntúan en el acto.

Trump no ganó a Hillary Clinton ninguno de los debates de 2016, pero a sus seguidores les encantó aquel bravucón que insultaba a la secretaria de Estado de Obama, esposa de un expresidente. El cara a cara entre Mitterrand y Chirac en las presidenciales francesas de 1988 fue tenso. Se enfrentaban el presidente socialista que buscaba la reelección y el primer ministro gaullista de la primera cohabitación en la Quinta República. Mitterrand lo mencionaba siempre por el cargo, para dejar clara su jerarquía. Y Chirac, incómodo con el desdén de su oponente, le espetó: “deje de llamarme primer ministro, aquí somos dos candidatos iguales”. Y el viejo François le contestó con sosiego: “tiene usted razón, señor primer ministro”.

Allí perdió el debate el gaullista. La tranquilidad de su rival lo desarboló. ¿Hubo mentiras en esa campaña? Alguna tan gorda como la salud del presidente, que padecía cáncer de próstata con metástasis en los huesos desde antes de llegar al Elíseo en el 81 y lo mantuvo como un secreto de estado hasta 1992. Francia ya había sufrido el cáncer en la sangre del presidente Pompidou entre 1969 y su muerte en 1974, y se estableció que los candidatos a la Presidencia informarían sobre su estado de salud. Mitterrand lo incumplió en el 81 y el 88, sin inmutarse.

En el debate con Rubalcaba de 2011, Rajoy negó que fuese a subir impuestos, hacer una reforma laboral que relegase los convenios colectivos, recortar los presupuestos de educación, sanidad y dependencia, o crear un banco malo. Ganó el debate y las elecciones, e hizo todo eso. Aquel cara a cara tuvo el doble de audiencia que el del lunes, en el que Sánchez tuvo como principal hándicap la alta estima que tiene de sí mismo. Se creyó que sus comparecencias en el Senado habían sido victorias épicas sobre Feijóo. Su altanería le ha jugado una mala pasada. ¿Y las mentiras? Pues, que sólo comprometen a quienes se las quieran creer, que no son pocos.

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