El Poliedro
Tacho Rufino
¡No hija, no!
La esquina
El cuento de la lechera que había construido Pedro Sánchez entre sus apóstoles y difundido entre sus propagandistas venía a ser así: la amnistía acabará con el conflicto de Cataluña, domesticará a los independentistas dentro de las instituciones, permitirá disponer de unos Presupuestos muy sociales, dará estabilidad al Gobierno progresista y duración completa a la legislatura y, finalmente, pondrá las bases para otra victoria electoral. Colorín colorado. ¿Acaso no merece la pena pasar el trance de una amnistía inmoral desde su misma concepción y en su desarrollo que rechaza la mayoría de los españoles -ya la entenderán en el futuro, los pobres- a cambio de tantos beneficios para la gente (y para el líder inspirador de esta estrategia)?
El cántaro se ha roto. Probablemente porque ya venía agrietado al inicio del camino. Lo primero que han hecho los que pusieron la amnistía como condición para apoyar la investidura de Sánchez al aprobarse la ley, después de refocilarse en su logro, ha sido recordar que con ella no se cierra ninguna página y que la amnistía es sólo un paso más hacia la independencia de Cataluña mediante el ejercicio del derecho de autodeterminación que, casualmente, tampoco reconoce la Constitución.
Tampoco es que el presidente del Gobierno pueda llamarse andana a este respecto: nunca han dicho los independentistas que renunciarían al referéndum de autodeterminación. Nunca han ofrecido sus votos para nada más que para la investidura de Sánchez, sin que el apoyo se extendiera también a los Presupuestos o a la estabilidad de la legislatura. No han engañado a nadie que no quisiera dejarse engañar. El escorpión es lo que tiene: siempre acaba picando.
Muy pronto se han cumplido leyes inexorables de la política democrática: los pactos son tanto más complicados cuanto más numerosas son las fuerzas políticas participantes, cuanto más heterogéneas, cuanto más antisistema y cuanto más metidas en campañas electorales. El Gobierno progresista de coalición -recordemos- tiene un socio minoritario compuesto por una multitud de partidos y grupos, está aliado a partidos declaradamente ajenos al interés de España (en realidad sólo aspiran a dejar de formar parte de ella), su investidura dependió del voto de un prófugo que no tiene nada de progresista a cambio de su impunidad penal y afronta pronto elecciones en las que ha de competir con aliados que a su vez compiten entre sí. ¿Qué podía salir de este caos?
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