Alto y claro
José Antonio Carrizosa
El desencanto
Monticello
No conozco, cuando esto escribo, los resultados de las elecciones catalanas, pero no es fácil aventurar que el PSC será la fuerza política más votada. De entre los elementos más nítidamente iliberales y antidemocráticos del discurso independentista durante los años más enconados del procés, estaba la apelación a la voluntad soberanista de Cataluña como un solo pueblo, soslayando que en todas y en cada una de las convocatorias electorales lo que los resultados reflejaban era que la realidad social catalana era mucho más plural que sus anhelos esencialistas. Con razón se achacó aquí a las autoridades catalanas de humillar cívicamente a esa otra mitad de catalanes que eran testimonio de la complejidad del demos catalán; de que, en definitiva, la nación catalana albergaba también una plurinacionalidad, pues en ella estaba y está presente una identidad nacional española. A la hora de esgrimir este argumento aritmético, dentro de esa mitad de ciudadanos vilipendiados política y parlamentariamente por el independentismo, se incluían fuerzas tan dispares como C’S o los Comunes, y, por supuesto, el PP y el PSC. Recuerdo esto porque en los últimos tiempos se ha ido normalizando el discurso que excluye al PSC de ese significante que es el de “partido constitucionalista”. Así, en estas elecciones ha circulado un manifiesto en el que se negaba dicha condición al partido del candidato Salvador Illa. Para valorar la responsabilidad por este tipo de discursos hay que considerar, sobre la base de los resultados de hoy, cuántos votos sobre el total tendría el llamado constitucionalismo si de ellos excluimos a los ciudadanos que han votado al PSC. Desde luego, tendría sentido que estas cuentas las hiciera el propio independentismo, para sumar a su causa soberana al votante del PSC, algo que por cierto hacía antes de que este partido, tras una ruptura interna, se situara durante todo el procés, de forma inequívoca, en la defensa de la Constitución. Ahora bien, que sean los defensores de la integridad de la nación constitucional los que tiren piedras numéricas contra su propio tejado, y se cuenten de menos, de muchos menos, hasta hacer insignificante por minoritario el apoyo de su causa, es algo que no deja de ser misterioso. Hechas así las cuentas, la enigmática bandera del “constitucionalismo” podría ser un testimonio más de la dificultad para construir intelectualmente, desde determinado antinacionalismo, un nacionalismo español sensible a las diferencias que, más allá de su rentabilidad capitalina, sea viable y suficientemente competitivo en País Vasco y Cataluña.
También te puede interesar
Alto y claro
José Antonio Carrizosa
El desencanto
La Rayuela
Lola Quero
De beatos y ‘non gratos’
Envío
Rafael Sánchez Saus
103.078
Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
100 años y murió de cáncer
Lo último