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La envidia es tonta y fea. Quevedo explicaba que va tan flaca y amarilla porque muerde y no come. Es el único vicio que no reporta compensación, sino comezón. Sería muy triste que fuese el pecado nacional de España, como dicen los envidiosos.
Su remedio no es fácil. La admiración es el antídoto de la envidia, ha escrito alguien, quizá yo mismo, en un enésimo rapto de ingenuidad. Antídoto lo es, pero no basta con cambiar el signo de negativo a positivo dándole a algún botón del pecho. No es sólo una cuestión actitudinal.
La envidia, además de tonta y fea, de amarilla y flaca, es muy cómoda y justificadora. Según su etimología, es ciega. No puede ni ver. La admiración, en cambio, exige un estudio intensísimo. Véase.
He recibido estos días tres libros que tratan temas que me interesaban mucho de antes. Pero no tanto, ay, como para escribirlos yo… El primero es de José Jurado y trata de Soldados y padres. De guerra, memoria y poesía. Yo había hecho una pequeña antología sobre la poesía al padre, y es un temazo, porque la paternidad es uno de los puntos candentes de nuestro tiempo. Jurado lo clava.
Otro tema mío son los clásicos y la lectura como forja del carácter y el destino. El libro definitivo es de José María Torralba: Una educación liberal. Elogio de los grandes libros. Por último, llevo años clamando por la caballería para todos, la nobleza de espíritu y la aristocracia de intemperie. David Cerdá nos propone una Ética para valientes. El honor en nuestros días con la presteza del que toca un clarín.
Podría envidiar a los tres de una tacada nada más que dejándome ir… Para romper a admirarlos, en cambio, tengo que concentrarme en sus libros y comprobar (ya lo he hecho) la profundidad de sus propuestas, la calidad de sus prosas, la probidad de sus posiciones. He de pasar por las horcas caudinas de reconocer que yo, con la ansiedad, no habría llegado ni a un tercio de sus logros. La envidia es prácticamente un anagrama de la vanidad.
Qué alegría trabajar en equipo. Yo pondré la atención. ¿No es una fortuna que tres intelectuales como las copas de tres pinos hayan dedicado su talento y su tiempo a temas tan esenciales?
Ya sumergido en sus páginas, todavía me pregunto si no habrá algo de pereza clandestina en esta plenitud mía. Puede. Pero eso no me inquieta. La pereza es despaciosa, lista (incluso listilla y aprovechada), indolente y, sin lugar a dudas, siempre agradecida.
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