Leia como una ofrenda blanca para el combate y el amor, que es lo mismo, Leia entre galaxias que eran nuestro espacio y nuestros años, nuestro VHS y nuestra pantalla en la que ella desplegaba su idealismo láser de rodete y guerrilla. Secuestrada, torturada, valiente y sensual Leia nos despertaba al mismo tiempo el sueño erótico y el ideológico, cuando éramos los de antes de entonces y al mundo le poníamos nombre, color y ritmo de aventura. Leia corría y disparaba con su orgullo blanco, como una novia bélica y repartida, princesa de los rebeldes que pensaban que otra galaxia era posible, los rebeldes eran una luz de mañana, una música de esperanza, un sí se puede, un Podemos sin Echenique.

O sea una cosa de peludos como Chewbacca, cínicos como Solo, recién nacidos a la causa como Luke o viejos idealistas como Obi-Wan. Que uno recuerde, en La guerra de las galaxias solo salen dos mujeres, la tía de Luke, a la que matan, y Leia, la hija trágica y secreta del malo, el mejor personaje de un culebrón épico del que salíamos queriendo ser rebeldes y galácticos para alguna vez encontrarnos con Leia, por la que pasó nuestra infancia como por un taller doloroso y necesario. Hasta que nos dimos cuenta de que la infancia es mentira. Y dejamos de creer en la justicia, en los redentores y en el triunfo de los buenos. Y dejamos de creer en Podemos antes de que naciera Podemos.

Pero hubo, sí, las tardes de Leia, las noches con Leia, cuando éramos los de casi entonces y no había coletas macho ni jedis de la plusvalía. Había que creer minuciosamente en algo para encontrarle sentido al todo. El futuro era un planeta remoto y templado como Alderaan, destruido por el Imperio, el planeta de Leia, que disparaba como una niña aficionada a los juguetes del hermano. Pensábamos que habría más Leias en la vida, un linaje de Leias creciente, ávido y liberador esperándonos en las pasarelas de la edad, todo raza y verdad, fuerza y anhelo, pensábamos en una Leia hereditaria y numerosa, renovada y total, pero la cosa fue degradándose hasta llegar a Carmena.

Leia difícil y suave como un misterio blanco que cruzaba la pantalla matando al malo, amando al guapo y diciéndonos el apellido del mundo, de los mundos posibles y los imposibles, cuando fuimos rebeldes entre naves que ardían más allá de Tatooine, rebeldes de la prisa y la merienda, soldados de un escozor, imaginando entre cojines, intuiciones y donuts una forma mejor o menos mala de seguir siendo nosotros.

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