Gobernar en solitario es un deseo universal de todo político. Del conjunto de manifestaciones electoralistas que está haciendo estos días el candidato con ventaja en las encuestas, esa no cabe reprochársela a Núñez Feijóo. Otras, como su respeto a las instituciones, hay que meterlas en un congelador para que no se pudran en contacto con el aire. El PP se ha negado en redondo a renovar el Consejo General del Poder Judicial que terminó su mandato hace casi cinco años. Las excusas han sido muchas, pero la evidencia sólo una: tenía mayoría absoluta en este órgano de extracción parlamentaria y no quería perderla.

El resultado ha sido una falta de respeto ventajista a una institución capital para la democracia. Otros episodios recientes en la actuación del PP también dejan en entredicho su proclamado respeto institucional, como el uso del Ministerio del Interior durante el Gobierno de Rajoy para intimidar con acusaciones falsas a adversarios políticos o destruir pruebas de la caja B que gestionaba Bárcenas. Tampoco es muy aceptable que el jefe del PP se ponga la medalla de la cordialidad frente a la triple eme que atribuye a su rival: maldad, mentira y manipulación. Ahora que estamos en pleno Tour, la expresión de Perico Delgado “el hombre del mazo” se puede adaptar a las tácticas políticas de estos días. En todos los partidos hay durante la campaña excesos que cabe calificar como maldades, mentiras y manipulaciones. Como hombre o mujer del mazo, para sacudir al malvado sanchismo, Bendodo y Ayuso cumplen estupendamente con las tres emes.

Pero la pretensión de gobernar en solitario del presunto ganador del 23-J tiene toda la lógica. Pedro Sánchez se llevó todo 2019 diciendo que quería gobernar solo. Con 123 diputados se empeñó en que había un mandato claro para que gobernase el Partido Socialista, en solitario. Pero no, el claro mandato de las urnas en abril de 2019 fue que había 180 diputados para un gobierno de centro izquierda entre dos partidos nacionales, PSOE y Cs. Los mismos que en marzo de 2016 habían pedido la confianza del Congreso para una coalición que sólo consiguió 131 votos. Tres años después, cuando tenían los votos, ni Albert Rivera ni Pedro Sánchez quisieron ese gobierno razonable, con mayoría para prescindir de la extrema izquierda o los independentistas. Sánchez repitió las elecciones en noviembre para gobernar en solitario, porque se creyó los 150 diputados que le pronosticó Tezanos en lo alto de una horquilla exagerada. Y fracasó.

La suerte de Sánchez y Rivera habría sido distinta. Y la marcha del país también. Así que es razonable que el candidato mejor situado sueñe con gobernar con las manos sueltas, pero a veces esa ambición lleva a malas decisiones. Después de demonizar a su vecino de la izquierda, la estrategia de Feijóo es ahora desacreditar a su socio de extrema derecha. Arriesgado.

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