La lluvia, como se sabe desde que lo dijo Borges, es una cosa que sin duda sucede en el pasado. La lluvia viene a la mañana como un coro rítmico, jerárquico y confuso, la lluvia es una abstracción o una condena pero en los bares dicen que hace falta. La lluvia de ahora o de ayer es el trasfondo acústico de la Sexta sinfonía de Sibelius, que llena el salón de urgencias y de máscaras, todo en clave de otoño, o sea que el agua que se estrella en las aceras es un instrumento más de la sinfonía, interpretada por la London Symphony Orchestra con dirección de Colin Davis. Hoy esta sinfonía menor de Sibelius acuña una revelación de brumas que conecta alternativamente con la poesía y con el misterio. Es un Sibelius de cisnes y contracturas pero también de laberintos secretos y sagrados, fugaces, suyos y nuestros, y sobre todo con esta transmisión irreparable y sabia de la lluvia, que se mete en la sinfonía como un cisne en los estanques de Finlandia. Se siente uno casi pequeño o casi otro y recuerdo la melancolía kafkiana de ese poema de Isabel Bono que alumbra la certeza de que todos algún día hemos querido despertar siendo insecto. Hoy, ahora, asumo responsabilidad, rango y color de insecto para fatigar la mañana sinfónica, depresiva y letal. Ser polilla de esta música o de este cielo, coleóptero trasplantado al gris infeccioso que parece imponer sus cláusulas estéticas y anímicas en el corazón del día. Insecto entre acordes y movimientos, remoto de lluvias y memorias, molesto y sublime y al filo siempre de un placer o una mortandad. Insecto de los nortes de Finlandia que nunca oyó hablar del neoliberalismo. Este pensamiento o esta evidencia provoca una paz de relojes y un repliegue de la música, que acomete y delira, que está en pugnas que no puedo descifrar desde mi desprestigiada jurisdicción de insecto.

La lluvia es el licor de la mañana o de la vida en que se ahoga el insecto, o se suicida por no pasar más frío o porque le gustan más otras páginas de Sibelius. El insecto es aritmética, es una antología de insectos borrachos de escarola. Medio cornudo y medio judío, sucio de barro y clase media va el insecto (viene de Praga) por los suelos de Finlandia, buscando un naufragio o un estilo, fresco de detalles y más o menos consciente, como intuyó Umbral, de que sólo hay salvación en el detalle. Insecto de acuarela, erótico de soles y semifusas, nacionalista de la hormiga como definió Umbral a Miró.

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