Recuerdo como si fuera ayer aquella mañana del 18 de noviembre de 1999 en la que antes de irme a la radio en la que trabajaba puse la televisión para ver el telediario. Me quedé estupefacto cuando escuché la noticia de la muerte de Enrique Urquijo. Fue como si se hubiera ido un amigo de toda la vida, alguien que me había acompañado con su música mientras yo corría en la vida sin dirección, con una música que parece sencilla, pero que en realidad es sencillamente complicada. Y recordé los conciertos de Los Secretos a los que asistí mientras vivía en el Madrid de la Movida y, sobre todo, aquel momento que viví con él en un camerino de Monterrubio de la Serena (Badajoz) cuando lo entrevisté después de un recital de Los Secretos, sus Secretos. Para mí fue como si entrevistara a David Bowie. Tengo aún guardada como oro en paño esa cinta de casette en la que él me descubre ese arte compositivo tan personal que en realidad fue el arte de contar y compartir con su público su vida, porque Enrique era así de trasparente, de legal, con sus virtudes y sus miserias, como todo el mundo. Lástima que haya quien se quede -y en esta profesión periodística hay muchos ejemplos- con que lo encontraron muerto aquel 17 de noviembre de 1999 en un portal de Malasaña en extrañas circunstancias. Quedarse con eso no es hacerle justicia a uno de los mejores compositores y músicos nacionales. La hipocresía volvía a estar a la orden día, una hipocresía para la que yo solo tengo una frase bíblica, que es la que quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Esa mañana también recordé el último concierto en el que vi a Enrique con Los Secretos, fue en Pozoblanco, posiblemente en 1994. Se acordaba de aquella entrevista, algo que me llenó de orgullo. Y esa mañana también recordé aquella canción, Siempre hay un precio, de 1986, del álbum Continuará, que fue la resurrección del grupo y sobre la que le pregunté a Enrique en Monterrubio porque me llamó la atención que fuera de las nuevas en el repertorio en esa gira. Me confesó que para él era muy especial, porque define muy bien la vida misma. Curiosamente, su hermano Álvaro, que cogió el testigo como líder de la banda, ha titulado así su propia biografía de Los Secretos, que acaba se salir publicada en forma de libro, una obra que, me lo van a permitir, recomiendo a todo aquel fan del grupo y también a quien no lo sea. Porque pocos grupos pueden decir que cumplen más de 40 años de carrera y más aún con un repertorio tan imbatible como Los Secretos, un repertorio repleto de canciones inmortales de Enrique. Lástima que él no haya podido disfrutar de esa inmortalidad de sus canciones. Pero a tu lado y Agárrate a mí, María -los temas que le dedicó a su hija- son, por ejemplo, un solo claro ejemplo de que Enrique es, insisto, inmortal.

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