La diplomacia de los países, dirigida por sus gobiernos, no es una cuestión menor. Con quién estamos y con quién no en la esfera internacional dice muchísimo de lo que somos, pero, por encima de todo, de lo que queremos ser. La dirección de la política internacional pertenece al Gobierno, no es un tema parlamentario, y, dentro del Gobierno, al presidente en primerísima persona. En ese marco, Sánchez también enseña a los perplejos.

La lectura es que España ha retirado a su embajadora en Argentina porque el presidente de la república ha faltado gravemente a nuestras instituciones y no ha reparado el daño con una disculpa suficiente. La verdad es que Sánchez lo decretó porque Milei se metió con su mujer en un acto de Vox, llamándola corrupta. La retirada de la representación diplomática es una decisión gravísima y excepcional. Si además nosotros la realizamos con respecto a países americanos, es aún más grave y excepcional. Para contextualizar, solo por declaraciones públicas (Suárez retiró nuestra representación en Guatemala en 1980 tras el asalto a nuestra embajada), únicamente dos mandatarios la tomaron: Franco con México en el 75 y Sánchez, ahora, con Argentina.

Javier Milei es un volcán y sus palabras fueron impropias de su cargo dentro y fuera de su país, pero, digámoslo alto y claro, el exabrupto de un presidente extranjero no es suficiente para situarnos a un solo paso de romper relaciones, cuando la obligación de nuestro gobierno es preservar nuestros intereses allí, de los residentes españoles, en primer lugar, y de las inversiones españolas, después. Sánchez juega con armas de todos para cobrarse sus propias cuentas.

La lectura es que reconoceremos ya al Estado Palestino para simbolizar nuestra oposición a la guerra y nuestra opción por la paz. La verdad es que lo explicamos recogiendo el mantra del terrorismo teocrático y abyecto de Hamás (desde el río hasta el mar), que no pretende la coexistencia con Israel, sino su destrucción. Que nuestros socios en la Unión –convencidos de la solución de los dos estados, pero no ya, bajo la demanda terrorista (sería curioso indagar qué papel juega el antisemitismo en la decisión de España, Irlanda y Noruega)– no nos aplaudan y lo haga Hamás debería bastar para que el gobierno fuera prudente.

No se encontrarán reacciones similares a estas dos anteriores con, por ejemplo, la Rusia de Putin, la Corea del Norte de los Kim, la Nicaragua de Ortega, el Irán de los ayatolas, la Venezuela de Chávez y Maduro o el Marruecos de Hassan.

La lectura es que la diplomacia dice quiénes somos y quiénes queremos ser. La verdad es que lo diga Sánchez, un héroe de cómic en busca de villanos (hoy Milei y Netanyahu, mañana quién sabe). Mientras callemos, su política, también la internacional, cabe en un tweet, o como se llame ahora. En cambio, el daño que su política provoca no tendrá bastante con una enciclopedia.

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