La "interrupción" de la relación matrimonial entre la infanta Cristina e Iñaki Urdangarín presenta, por cómo se ha producido, perfiles poliédricos. De entrada, parece obvio que ha sido forzada por el propio Iñaki. No resulta creíble que deseara esconder la aventura. Desplazarse a una concurrida playa francesa, supongo que con escolta, y pasearse en ella de la mano de una desconocida suena a órdago, a puñetazo en la mesa que deja pocas opciones. El hecho de hacerlo a plena luz, con guardaespaldas y atravesando la frontera, lo que presumimos se le autorizó, además de poner al funcionario en un aprieto, aseguraba que el tonteo no pasaría desapercibido. Iñaki buscaba lo que ha conseguido.

Pero además de él -el gran beneficiado junto a la tal Ainhoa- los demás personajes del vodevil tampoco escapan mal. El rey Felipe cierra un frente de conflicto, elimina un personaje corrosivo para la monarquía y puede centrarse ya en el endiablado problema de su padre. A la familia real, a la que incomodaba Iñaki, le permite restablecer una convivencia fluida, pública y comprensible con la ofendida Cristina. No es baladí que destacados medios filomonárquicos no hicieran esta vez el menor esfuerzo en comprar y velar las fotos del escándalo. Eso aclara, pienso, el exacto grado de interés que tenía la institución en el disimulo del episodio.

Queda, claro, analizar el impacto de la ruptura sobre la infanta Cristina. A estas alturas, pocos dudan del amor que siente por su marido. Desde esa óptica, tiene que estar destrozada. Ella, que luchó siempre por su matrimonio, ha de sentirse hoy engañada y abandonada. Pero, con el tiempo, acaso comprenda que esa infidelidad también la favorece en algo. A los ojos del pueblo, acaba de ingresar en la cofradía de las víctimas. Y ya se sabe como consuela y apoya el españolito a quien entiende injustamente traicionado. La visita de Cristina a Zarzuela, sin reproche conocido, anuncia una paulatina vuelta a la normalidad en la vida de la infanta y de sus hijos.

Cui prodest?¿A quién beneficia el descaro de Urdangarín? Pues para mí tengo que a todos. Incluida una monarquía que comienza a encajar sus piezas y enseña que tampoco está por encima del dolor. No es extraño que surjan voces que demandan no mitificar a Cristina. Quien así lo hace demuestra conocer bien la mudable psicología de un pueblo, el nuestro, que, sin solución de continuidad, apedrea y compadece con la misma pasión.

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