La Gloria de San Agustín

Rafalete

Cuchará y paso atrás

A las siete de la mañana, que se veía menos que en una cueva, ya estábamos Cayetano y yo arriba en Los Villares para coger un buen sitio

Un perol en Los Villares por San Rafael.

Un perol en Los Villares por San Rafael. / Juan Ayala

Ustedes dirán que siempre estoy exagerando, y la verdad es que exagero siempre un poco, y hasta mucho, pero esta vez no cuando digo, con la boca grande, que el pasado San Rafael fue el mejor que recuerdo. De verdad, qué bien lo pasamos, qué bien comimos, y cuánto nos reímos, que todavía me duele la tripa.

Y es que después de unos días de lluvia, de vientos que se han llevado los árboles como si fueran hojas de periódico, tuvimos un día perfecto, pero perfecto. Parece que quien fuera me oyó, que el domingo anterior lo dije, que caiga la más grande, y durante semanas, pero que nos dejen unas horitas para disfrutar de San Rafael. Anda que no, que eso fue justamente lo que pasó, tal cual. Y es que hizo el día soñado por los perolistas buenos, fresquito pero sin pasarse, con su puntito de sol, y con olor a tierra mojada. Vaya día bueno, pero bueno, que echamos en Los Villares.

A las siete de la mañana, que se veía menos que en una cueva, ya estábamos Cayetano y yo arriba, para coger un buen sitio, que eso es fundamental, que luego se va llenando, como se llenó, y ya te tienes que conformar con lo que haya. Pues allá que nos plantamos con un termo de café y un poquito de anís, de Rute, por supuesto, que a esas horas despierta y asienta el cuerpo. Estuvimos un ratito de charla, hasta que ya tuvimos buena luz, y ya llegaron el resto de amigos, y también Soraya, y empezamos a preparar las cosas.

Aunque yo soy muy tradicional, y ustedes lo saben, qué comodidad es lo del rosco de butano, que te quitas de historias y tienes siempre el fuego que más te interesa. Pues como corresponde, mientras preparamos las cosas del perol, picar los ajos, pelar los tomates y esas cosas, estuvimos haciendo lo que corresponde. Unas poquitas de sardinitas, tocino del bueno, y chorizo y morcilla, que nunca pueden faltar. Como tampoco nos podía faltar nuestra partida de dominó, por favor, aunque a mí se me dé fatal, sobre todo porque no le dedico mucho tiempo.

Y a eso de las cuatro, que es muy buena hora, echamos el arroz y empezamos a marearlo. Luego, pues ya saben, cuchará y paso atrás, anda que no, que un perol no se come en plato. El remate fue cuando Soraya sacó un pastelón cordobés que había preparado. En fin, qué decirles, un perol como los de siempre, en el día perfecto, y con la gente que quieres. Qué más se puede pedir.

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