
Monticello
Víctor J. Vázquez
Foto de niño muerto de hambre
Cambio de sentido
Liberté, égalité, fraternité et déconnexion. Francia acaba de reconocer el "derecho a la desconexión" de los trabajadores, el derecho a dar de mano, decir "¡Hasta mañana!" y que no anden los del curro molestando con llamadas ni correos fuera de hora. Trampantojos del Sistema: hace falta estrenar un derecho que ya se tiene, que es el derecho a descansar y a no echar ratos de gratis. De facto, que el baranda incordie a deshoras y se prolongue en casa el berrinche y la jornada -por supuesto sin cobrarla- va de suyo en muchas ocasiones. Y no rechistes. Frente al "derecho a la desconexión", vivimos en la obligación estar siempre conectados.
Liberté, égalité, remanguillé. Contradicciones como ésta dejan a la vista que ni leyes ni modelos laborales están a la altura de los acontecimientos, ni adaptados al tiempo -horario y climático-, ni por lo general promueven -aunque fuera por motivos de productividad- la realización, contentura y entereza del personal. En España bastante menos que en Francia, pues a los excesos de ambición empresarial a veces se suma una mentalidad poquito dúctil, de la que surge, por ejemplo, el culto carpetovetónico al presentismo y al absentismo (dos caras de lo mismo), o la tendencia a confundir tiempo y provecho, cargo y razón, AVE y despacho, despido y eficiencia del mercado laboral, o a vestir -cruz de los hombres del sur- corbata y terno en pleno julio, con lo elegantes y frescos que irían con panamás y guayaberas… Cada vez que la jefa llama sin vacilar en domingo a su empleado, ofrece un sacrificio en el templo consagrado a San Patrás.
Que sea difícil desconectar del trabajo forma parte de una realidad mayor: ya es casi imposible no sólo desconectarse, también desengancharse del uso profesional, personal y social de la telecomunicación. Nos hemos hecho en tiempo récord a la necesidad de estar siempre al aparato, comunicando sin decoro. Alguien debiera decirnos que tener el móvil sobre el mantel es una guarrería; que no hay que hurgarse la nariz ni el Facebook durante las visitas; que en el cine y la coyunda hay que ponerse en modo vuelo; que existimos sin necesidad de selfies, que la vida no corre peligro si un día olvidamos el cacharro en casa. Cierto es que la conexión y el alma en vilo traen a veces, tras el "¡plim!", palabras de amor, noticias frescas o una mano amiga. Pero a menudo olvidamos no ya el derecho sino la posibilidad de elegir no comunicar. Liberté?, égalité?, c'est la vie!
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