Cambiar la Navidad

Nos iría mejor acotar la duración del mal, en vez de hacerlo con el espíritu navideño

Les propongo un juego. Recuperen las felicitaciones y mensajes navideños de los últimos años y comparen con lo que luego sucedió. En estas fechas todos exageramos y nuestros deseos incluyen felicidad para todo el mundo, incluso para aquellos que no se la merecen; amor incondicional también a quienes engañamos; paz para nuestros contrincantes; amistad a los enemigos, y salud y el Premio Gordo de la lotería para todos ellos. Este extraño comportamiento se conoce como el espíritu navideño, y provoca inusuales efectos en nuestra manera de vivir. Así durante unos días regresamos a nuestra niñez y lugares de procedencia, nos encontramos con familiares y amigos; soñamos con que la fortuna, este año sí, nos sonreirá; y nos sentamos todos juntos en el viejo sofá ante el televisor para comer de prisa y corriendo las uvas o ver por enésima vez Love Actually. En Navidad todos somos más inocentes, bienintencionados, tolerantes. Son unas fiestas que a algunos tristes les resultan insoportables, pero que llenan de luz las calles; de ilusión a los más jóvenes y rodean de familiares a los ancianos. En Navidad todos rejuvenecemos y recuperamos la esperanza en el futuro.

Navidad es un receso en el devenir de un planeta que se ha vuelto loco y en el que "los malos" parecen estar ganando. Pero no en Navidad, donde las buenas intenciones se esparcen por el aire como el polvo que en ocasiones llega desde el desierto. Y lo cubre todo; sino con bienestar, si con bonhomía y las mejores intenciones. Pero semanas después, las luces se apagan y la oscuridad gana terreno. Llega el frío y todo vuelve a su cauce. Los humanos, que tantas cosas hemos inventado para resolver nuestros problemas, deberíamos reflexionar y cambiar nuestro calendario emocional e instaurar dos semanas dedicadas al mal humor, al hartazgo, el cansancio y los cabreos. Una especie de Halloween, con música heavy en vez de villancicos y casquería en vez de turrón, que festejara durante un breve tiempo lo más mezquino de nuestra condición y el resto del año comportarnos como en Navidad. Hasta podríamos ponerle un nombre. Algo así como Los días oscuros, un tiempo donde odiarnos y pelearnos, fuese lo acostumbrado. Nos iría mejor acotar la duración del mal, en vez de hacerlo con el espíritu navideño. Aunque soy consciente de que cambiar tradiciones tan profundamente arraigadas requiere de su tiempo y hasta es posible que la Constitución no lo permita o simplemente los jueces no se pongan de acuerdo.

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