Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Antonio Povedano

Aun creador la musa le pilla trabajando como también la muerte le pilla trabajando. Es lo que le ha ocurrido a Antonio Povedano, como le pasó a Picasso antes y también a García Lorca y a Umbral, hace un año. Alfredo Asensi, en su muy bella necrológica, escrita con punzada en el estómago y brillantez literaria, ha hecho hincapié en el hecho de que el pintor Antonio Povedano, hasta sus últimos momentos, estuvo pensando en la siguiente exposición. Un pintor sólo piensa en la siguiente exposición como el escritor piensa en el libro siguiente, en el poema o en la columna siguiente. Asensi ha leído bien a Francisco Umbral, y recordará que muy al final, casi sin poder hablar, hundido entre las sábanas de su habitación del hospital, logró hilvanar sus últimas palabras, que podrían haber sido el eje cardinal de la columna que habríamos leído al día siguiente: "romanticismo", "clasicismo", "uvas doradas" y "punto".

Antonio Povedano ha vivido como los auténticos creadores: sin hacer mucho ruido y consagrado a su obra, y a su naturaleza poética de un expresionismo paisajístico, acotado en lo abstracto, bien podrían haberse incorporado esas mismas palabras diluidas en la columna que Umbral no escribió nunca: porque, en la pintura de Antonio Povedano, había un clasicismo revestido de romanticismo, y su paisaje era una sucesión de unas uvas doradas fragmentarias, derramadas sobre cualquier ocaso, y el punto medular del infinito era el único marco de su estilo, que se abrazaba lento, y muy ceñido, a una policromía de tonos anaranjados y cobrizos, malteados de tierra y temblor cálido, con una intuición pura que se bastaba a sí misma.

Antonio Povedano ha sido maestro de muchísimos pintores, pero también retratista y vidriero, y gestor cultural, vinculado especialmente con la Obra Social de la extinta Caja Provincial de Ahorros. Durante muchos años, las exposiciones de Antonio Povedano han sido un referente irrenunciable de la alta cultura con raíces, el brillo necesario en la provincia que había permanecido en la provincia, que había creído en ella. Povedano creyó en Córdoba, y por eso se le recuerda con veneración como maestro y con admiración como creador. La principal virtud de su cromatismo, exacto y eficaz, era deslindarnos de nosotros, poder atribuirnos la visión que ya latía dentro de la nuestra. Habitaba esa frontera, esa línea íntima de sangre, ese nimbo altivo y desnutrido de toda realidad que podía alimentar todos los sueños. Con él muere una época, pero queda su obra, esa identidad: una pintura muy cercana, en el concepto y en la proyección, a la poesía de Claudio Rodríguez. Siempre la claridad viene del cielo, escribió Claudio, y en Povedano adquirió una cualidad telúrica de fascinación y asombro. Qué sería del arte sin fascinación, y qué sería la vida sin asombro.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios