Querido Ángel, todo el que te conocía y te trataba -muchísima, muchísima gente- siempre va a echar de menos tu sonrisa eterna, esa con la que recibías a todo el mundo y que nunca se te borraba de la cara. Una sonrisa que transmitía, como dirían ahora nuestros hijos, muy buen rollo, bondad infinita, que ahora solo disfrutará la eternidad. Tú, que te ponías el mundo por montera al más puro estilo Julio Iglesias, como Quijote de un tiempo que no tiene edad, y que tantas veces soñaste con el querer de tu Dulcinea, un querer que al final se hizo realidad. Tú, que a lo largo de tu vida hiciste amigos hasta debajo de las piedras, porque eras como nadie a la hora de sembrar la semilla de la amistad, unas amistades que perdurarán más allá de los tiempos, te lo aseguro; porque, amigo mío, conocerte era quererte. Tú, que amabas tanto a tu pueblo que hasta te liaste la manta a la cabeza y te presentaste a las elecciones municipales en una lista para acabar como concejal con el solo objetivo de trabajar por mejorarlo, algo para lo que incluso me pedías consejos a mí -pobre de mí, que como consejero no valgo nada-. Tú, que te gustaba chincharme con tu corazón merengue tocando mi corazón rojiblanco -jamás olvidaré aquellos mensajes de whatsapp que intercambiamos durante la final de la Champions en Lisboa entre el Atleti y el Real Madrid-. Y te gustaba chincharme hasta el infinito y más allá después recordándome una y otra vez lo del famoso minuto 93 de aquella final en el que Sergio Ramos empató el partido birlándole la Copa de Europa al Atleti. "No te enfades, no te lo tomes tan a pecho, amigo", me decías después.

Pensando en lo que nos unía, estos días me he acordado de las vivencias juntos de tu padre -Gabriel- y del mío. De cómo lucharon codo con codo en la Transición por la democracia en nuestro pueblo como militantes de UCD y como fieles seguidores de Adolfo Suárez, de cómo compartían jornadas y jornadas en la Peña Atlética El Cordobés de Belalcázar, él, tu padre, que, como tú heredaste, era un madridista con mayúsculas. Pero la amistad era y es la amistad, una amistad que se queda huérfana y que apela a la nostalgia. Una nostalgia que estoy seguro de que me atrapará, porque sé que echaré de menos en futuros días de agosto de vacaciones en Belalcázar esas cervezas a las que nos solíamos invitar en el Bar de El Sastre, o en el que hiciera falta, el caso era echar un rato con los amigos. Sé que echaré de menos esas charlas sobre lo divino y lo humano en donde quiera que nos veíamos. Sé que cuando vaya a la romería de la patrona, Nuestra Señora de Gracia de Alcantarilla, a la que nunca faltabas, te voy a echar mucho de menos; estoy seguro de que serás la primera persona de la que me acuerde a la hora de pisar la ermita. Querido Ángel, nunca hubiera querido escribir esta columna; contigo he vuelto a experimentar que algo se muere en el alma cuando un amigo se va. Hasta siempre, amigo.

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