Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Ana Torres Santiago

18 de junio 2008 - 01:00

SALIR de la estación vocacional de una actualidad cosida en el día a día se ha hecho ya una pausa necesaria, una reflexión sobre las horas. Córdoba es una ciudad que es, esencialmente, una reflexión sobre las horas. Córdoba adolece, y esto es cierto, de otro dinamismo natural, de una manera escueta de actuar en esa claridad que ofrece el fin común. A menudo, la prisa se convierte en un estigma, en un rigor que pesa o que nos pesa, que se vuelve tensión del paladar. Sin embargo, se hace necesario rescatar, o diseccionar quizá, esa condición que tiene Córdoba de ser, especialmente, una reflexión sobre las horas. Córdoba, por mucho que se ponga, no puede ser la fiesta ni la risa, y no lo será nunca. En Córdoba hay fiesta, y también hay risa, del mismo modo abierto en que también puede haber dinamismo en los servicios, en esa exposición hacia los otros.

Córdoba puede impostar todo esto, y puede hasta creérselo, pero no es, en realidad, nada de esto. Hace una semana exactamente pude conocer a Ana Torres Santiago, una venenciadora jovencísima que sabe amar el vino sobre el aire, que le da concisión en la cascada exacta, que la hace reposar sobre el contorno parco de la copa. Viendo venenciar a esta muchacha, que todavía no tiene veinte años pero que ya es la segunda venenciadora más importante de Andalucía, compitiendo en este palmarés con venenciadores de ambos sexos y de todas las edades, algunos veteranos y otros casi jubilados, es posible atisbar, al menos tibiamente, el alma más profunda de Córdoba en reposo, si es que la tiene. Uno no cree mucho ni en los espíritus nacionales ni en el alma de las ciudades, pero existir existen, y se ofrecen si hay paciencia de observar. Ana Torres Santiago, hace una semana más o menos, elevaba sucinta su venencia con una parsimonia muy elegante, sacando así el cartucho del barril, para volcarla después con energía, con la misma energía que la ciudad guarda en sus despensas más dormidas.

Cada vez que en Córdoba se abre un nuevo bar de copas, con colores vistosos y terrazas, ya sea en el Vial o en cualquier parte, la ciudad se remoza y se reinventa, quizá se despereza y se sumerge en una versión nueva de sí misma. Esto lo celebra la ciudad, porque es mirada limpia hacia mañana, y porque es necesaria y es oxígeno, y Córdoba necesita un nuevo perfil en que mirarse porque nunca hay matices sin contrastes. Sin embargo, mirando a esta muchacha con el vino, vestida de corto y elegante, en el patio que una vez vio vestirse de luces a Manuel Rodríguez Sánchez, tuve la impresión de contemplar nuestro mejor futuro, una esencia íntima y festiva, sobria y silenciosa, capaz de despertar desde el pasado.

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