Análisis

PANDEMIA Manuel barea 32

Jekyll aplaude, Hyde hostiga

Me pregunto cuántos de los muchos que salen cada tarde a los balcones, las ventanas, las azoteas y las terrazas a aplaudir a los sanitarios lo hacen de verdad y cuántos porque toca hacerlo, porque está feo quedarse en el sofá mientras lo hacen los demás o porque no es cuestión de señalarse en el bloque como un vecino chungo. Desde hace algunos días, hay alguien en el barrio que se adelanta, como si le pudiera el ansia. Al paso que va, una tarde de éstas empieza a darle a las palmas a las siete y media. Mis mayores, sobre todo las mujeres, mi madre y mis tías y sus amigas, se referían a alguien así -casi siempre a otra mujer-, como "Manolita la primera". Se trataba de alguien que quería ir siempre por delante de los demás. En todo. Incluso en cagarla. Algo de lo que no se percataba, claro. En las misas de mi infancia era muy frecuente: daban el cante, adelantándose incluso al cura, que dudaba entre seguir o dejarle el sitio.

Creo que hay alguien parecido en los aplausos de estas tardes. Puede que se ponga la alarma en el móvil. A las 19:50 o así. Aguarda ansioso. Mira por la ventana, se asoma al balcón, ve que no hay nadie y antes de que den las ocho se arranca como un palmero de Peret. Claro, qué va a hacer el personal. Allá que va. Responden instigados a la llamada de la claque. Bueno, hay que admitir que la mayoría lo hace de corazón, con la intención de que las palmas lleguen en ese instante del día a todo el personal que, exponiéndose al contagio, está trabajando en los hospitales para sanar a los que han caído enfermos y evitar más contagios y más muertes.

Pero la condición humana es como es. De doctores Jekyll y señores Hyde está el mundo más poblado de lo que creemos. De manera que en esas ventanas y balcones, a las ocho de la tarde, todos los días sin falta, puede haber unos cuantos. Como Jekyll enrojecerán sus manos de lo fuerte que las entrechocan, puede incluso que den vivas a los médicos y a los enfermeros, y hasta que griten acompañados de sus hijos pequeños el consabido "¡Vamoooos!". Y horas después, en medio de la noche, como Hyde se sientan ante el ordenador y redactan el anónimo que a la mañana siguiente introducirán con sigilo en el buzón del vecino médico, enfermero, trabajador de una residencia de ancianos, cajera del supermercado o simplemente voluntario señalándolos como apestados y conminándolos a dejar su hogar porque están poniendo en peligro a los demás vecinos. Si por esa gente fuera, todas las personas que por su trabajo y su labor están más expuestas que el resto de la población al contacto con un alto número de semejantes -enfermos, como en el caso de los profesionales de la sanidad- llevarían cosido a la ropa un distintivo (¿cómo una estrella amarilla?) y estarían aisladas y concentradas en medio del campo. Para que no infecten.

Después, cada tarde, todos los Jekyll salen de nuevo a aplaudir. Con brío. Y son de los primeros.

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