premio cervantes 2018

La vitalidad de Ida

  • La gran poeta uruguaya, ganadora ayer del máximo galardón de las letras en español, tiene una obra muy amplia que no deja nunca de estar en proceso de corrección y labor de quintaesencia

Ida Vitale (Montevideo, 1923), durante una visita a Granada en 2017.

Ida Vitale (Montevideo, 1923), durante una visita a Granada en 2017. / maría de la cruz

Octubre y noviembre son los meses que entre nosotros se dedican, cada estación tiene su afán, a premiar a los creadores. Los Premios Nacionales, varios e importantes de índole privada o municipal y -rematando la carrera, la larga carrera de obstáculos y también de relevos porque la literatura es ceder el testigo de la tradición a otros que correrán más con el mismo y se colocarán en la vanguardia- el Cervantes, el galardón que lleva el nombre de nuestro máximo escritor y que barniza la trayectoria de los que han llegado más lejos de entre quienes lo han seguido.

Ayer, el reconocimiento era para la uruguaya Ida Vitale, y para el campo de la poesía, arte máximo del escribir y, por ser el menos mercenario, el más desamparado y menesteroso. Sin embargo, la autora nacida en 1923 en Montevideo (¡95 años!) ha ido obteniendo en los últimos años los principales premios de nuestro ámbito lingüístico: el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2015, el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca 2016 (que anteayer iba para el colombiano Darío Jaramillo), el Premio Max Jacob 2017 y el Premio FIL de Literaturas Romances que Vitale recibirá la semana que viene en el acto con el que se abre la Feria del Libro de Guadalajara. Pero antes, el Premio Nacional de su país, y el Octavio Paz y el Alfonso Reyes en México.

En sus inicios tuvo una relación fructífera con José Bergamín y Juan Ramón Jiménez

Ida Vitale es un caso más de trashumancia, un fenómeno de siempre -nómadas fuimos- que ahora tiene especial relevancia en el México en el que se refugió como tantos escritores españoles e hispanoamericanos y en los Estados Unidos en los que fue profesora y vive, en Austin (pasmo de las bibliotecas universitarias, con fondos preciadísimos de autores de nuestro idioma). De origen italiano, la uruguaya se asentó junto con su marido Enrique Fierro, de 1974 a 1984, en el país que acogió a Prados y Altolaguirre, a García Márquez, a Monterroso, a Mutis, a Bolaño. Por eso se la honra en la capital de Jalisco con tanto cariño, como algo casi propio, y por eso al premiarla España con el Cervantes lo hace premiando lo transfronterizo: sólo el más zoquete de los hombres (lector seguro que no es) puede creer que la literatura acaba en los márgenes de un volumen, un tomo, un libro, pues al abrirlo se borran los límites, y las líneas o versos pueden serlo todo menos fronteras.

Vitale tuvo en sus inicios una relación fructífera con José Bergamín y Juan Ramón Jiménez, y su poesía se ha ido nutriendo de la influencia de otros y también cultivando sus peculiaridades y lo que hace característica su voz. Su obra es amplia, y su Poesía reunida (editada por Aurelio Major en Tusquets) muestra su constante decantación, labor de quintaesencia, de corrección, de pulido, prescindiendo de textos que ya no la satisfacen y reordenando la materia, porque ese libro de casi 500 páginas está ordenado en el sentido inverso al cronológico, abierto por unos poemas Antepenúltimos y yendo hacia el colofón rumbo al origen, a sus comienzos. Esto denota juventud, vitalidad presente y no veneración rígida del pasado, aunque ella escriba (o precisamente por eso) "y veo pasar un río que sí es el mismo siempre, / en tanto que lo miro y ya no soy la misma".

A diferencia de su compatriota Idea Vilariño, amor en la sombra de Juan Carlos Onetti, descarnado altavoz de quejas íntimas, Vitale rara vez compone una poesía confesional. Prefiere fijar su atención sobre los pájaros ("como si el estornino / no tuviese otra cosa para el asombro / que su nombre"), se deja arrastrar por las homofonías que lleva por pares a sus versos ("sol y solvencia humana"), canta a los árboles que cantan, inventaría ciudades que ha recorrido (escribe por ejemplo de Córdoba y, ya que estamos en Andalucía, sorprende citando en uno de sus últimos poemas a un poeta sevillano tan autoexigente como secreto, José María Algaba).

Vitale ha traducido también a Mario Praz o a Jules Superveille (nacido en Montevideo, como Laforgue y Lautréamont, como ella). Quien traduce, "las palabras ajenas", escribe, "las reviste de nueva piel / y con amor / las duerme en nueva lengua". Asimismo colaboró abundantemente en revistas, entre ellas las empresas de Octavio Paz Plural y Vuelta, en las que dejó artículos y ensayos, más la amistad, esa impresión no en páginas sino en personalidades y caracteres no de imprenta.

Su premio tiene signos prometedores: reconoce, aún cuando es hora, a una gran mujer, muy escasa minoría entre los premiados del Cervantes; y rompe, por otra parte, con esa ley no escrita (más propia de la legislación inglesa que de nuestro mundo codificado latino) según la cual un año se premiaba a un autor español y el siguiente a uno hispanoamericano. Librarse de ese corsé ayuda a respirar, que es lo primero que debe hacerse al escribir poesía. Y, además, en un sentido amplio y generoso de la palabra, ¿quién puede decir que los nacidos al otro lado del Atlántico no sean, por lengua y sensibilidad, también españoles, como nosotros aquí, no maestros de ellos sinos sus discípulos, también hispanoamericanos?

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios