María Iglesias. Escritora y periodista

"Hay que mirar atrás para no empezar siempre de cero, que es muy agotador"

  • La sevillana presenta en el bulevar 'Lazos de humo', su debut en la novela, en la que a través de un carbonero con vocación de abogado recorre los conflictos de finales del siglo XIX y principios del XX.

Un carbonero que lucha por salir de la pobreza y, a través de la abogacía, convertirse en defensor de las causas justas es el protagonista de la primera novela de María Iglesias (Sevilla, 1976), Lazos de humo (Temas de Hoy), una de las sorpresas literarias del último año en España. Redactora del programa de Canal Sur 2 El público lee, Iglesias presentó ayer la obra en la Feria del Libro.

-¿Qué retos y dificultades le planteó este proyecto literario?

-Yo tenía una idea en la cabeza que es con la que arranca el libro. A mí me llegó por tradición oral la narración de un desahucio, una familia a la que se echa a la calle en un momento determinado. Me obsesioné con esa historia y quería saber qué le había pasado a esa familia, ya que son antepasados míos. Tardé mucho tiempo en ponerme a escribir la novela por el proceso de documentación. Era consciente de que tenía que documentarme muchísimo, leer mucho (hay una bibliografía amplia al final del libro), ir a hemerotecas..., y ese fue el primer reto. Necesitaba sentirme preparada para afrontar esta tarea ambiciosa sin meter la pata. El periodo de redacción fue muy exigente: dos años de escritura y casi otro de reescritura y relectura.

-La trayectoria del protagonista se identifica con su época, con un mundo en permanente cambio.

-Me interesaban sobre todo las semejanzas con la actualidad. No he querido escribir una novela histórica de evasión sino, a través de esta historia, interpretar los conflictos que hoy tenemos, que vienen a ser los mismos que los de entonces: el permanente afán por prosperar, la oposición de la sociedad a todo aquel que no es dócil y quiere explorar, el deseo de la igualdad de oportunidades, el ansia de justicia... La frase de la portada -el XX "será el siglo no de los ricos, no de los fuertes, sino el de los preparados e inteligentes"- es muy paradigmática de nuestra situación. Nosotros también fuimos educados pensando que nos esperaba un futuro mejor. La gente del XIX pensaba que el siglo XX sería el del progreso, con la mejora de los transportes, las comunicaciones..., y se encontró con el Crack del 29, las guerras mundiales... Nosotros también vivimos ahora un momento muy conflictivo.

-Paralelismos evidentes e inquietantes, pero muy instructivos.

-Yo creo que nosotros hemos sido educados de espaldas al conocimiento del XIX, de forma comprensible por la fuerza de los grandes acontecimientos del XX, las guerras mundiales, la española... Pero si volvemos la vista atrás, la enseñanza es muy enriquecedora. Hay que mirar atrás para no empezar siempre de cero, que es muy agotador.

-Uno de los contrastes de la novela es el que se establece entre el escenario en que nace el personaje, humilde, rural y norteño, y las ciudades del sur en que se desenvuelve posteriormente.

-El hecho de la inmigración interior, que en mi opinión ha sido poco tratado por el arte y la literatura en España, es muy interesante; en el caso de mi protagonista, forja su carácter. Salir de esa aldea tan mísera le proporciona unas expectativas de vida que nunca habría tenido si se hubiera quedado allí. Llega a un Cádiz portuario y cosmopolita, cercano al de la Constitución de 1812, y conoce gente (periodistas, intelectuales...) que le da la oportunidad de estudiar y ampliar su horizonte vital, aunque siga trabajando como carbonero muchos años. Pero en paralelo está el desgarro de dejar a su madre atrás, su tierra, sus amigos. Esto le marca y le hace ser una persona frágil en lo emocional, torpe en sus relaciones sentimentales... En cuanto le vienen mal dadas, en vez de intentar superarse se viene abajo.

-¿Cómo está viviendo la recepción de la novela?

-Estoy encantada. Cuando empiezas a escribir de esta manera lo haces para ti, es una apuesta poco arriesgada porque nadie está esperando en principio que un desconocido escriba algo. Escribes porque lo necesitas y porque te ayuda a repensar los temas que te interesan. Pero ahora es muy gratificante constatar que el libro, que hace más de un año que está terminado, sigue su vida con los lectores y ellos te dan una respuesta. Esa segunda vida del libro y los personajes es muy emocionante e inesperada.

-En una etapa de evolución y vértigo también en el mundo de la literatura, con el surgimiento de nuevas formas y propuestas narrativas, usted se desmarca con una novela de aire y estructura clásicos: voluminosa, de personajes, aventuras y conflictos de toda la vida...

-A mí me gusta leer este tipo de historias. Al final del libro incorporo un agradecimiento a los autores que me han marcado, y no son posmodernos ni experimentales. A lo mejor para verme mejor acogida por los escritores de mi generación debería ser más ortodoxa y decir que lo que más me interesa es Bukowski... Pero me sentiría una impostora, y en coherencia con lo que escribo no me importa ser heterodoxa en mi generación y decir que a mí me gusta la novela realista. Los autores que me han marcado son Vargas Llosa, Ian McEwan, Flaubert, Dickens, Virginia Woolf... Yo he escrito el tipo de novela que me gusta leer, y como no lo he hecho con ningún cálculo comercial no me planteé que estuviera a la moda o fuera de moda.

-Una de las claves de Lazos de humo es el conflicto entre la realidad y el deseo, un tema, precisamente, muy presente en la novela del XIX: esos personajes marcados por el contraste entre lo que viven y lo que sueñan...

-En la eterna polémica sobre la muerte de la novela se suele decir que nuestro tiempo es poco épico. Yo discrepo totalmente y coincido con Vargas Llosa en que la vida humana es pura épica. No cabe más épica que levantarse cada día con ilusiones y deseos, abiertos al entusiasmo y también a la frustración, sabiendo el final que nos espera, que no es bueno. Esta es una historia sobre esa épica, y está contada en el siglo XIX como podría estarlo en el XXI. Soy una convencida del poder y el deber transformador de la palabra, literaria y periodística. Esta es mi aportación al debate sobre cómo creo que somos, a la crítica individual y colectiva; un espejo para que nos miremos y, si no nos gusta lo que vemos, intentemos cambiar.

-¿Su futuro literario seguirá esta senda o se plantea escribir otro tipo de obras?

-No quiero repetirme ni aburrirme, así que la próxima novela no será una segunda parte ni estará ambientada en la misma época ni tendrá personajes similares. Será algo diferente y de hecho ya lo tengo la cabeza.

-Cita mucho a Vargas Llosa, a quien dedicó su tesina. En su nuevo ensayo, La civilización del espectáculo, él habla sobre el fin de la cultura en el mundo actual, en el que lo que se valora es el entretenimiento, la ocurrencia, lo efímero, la rapidez. ¿Está de acuerdo con este planteamientos?

-No he tenido oportunidad de leer todavía el ensayo, que me interesa muchísimo y consolida mi impresión de que una de las grandes valías de Vargas Llosa reside en que es un autor no sólo biológicamente vivo sino intelectualmente vivo: sigue poniendo los dedos en las llagas. Me parece muy pertinente que publique ahora un ensayo sobre este tema. Sí estoy de acuerdo a priori en que hoy en día no nos damos tiempo para leer y procesar lo que leemos, y sin eso no se genera cultura. Es todo consumo: igual que consumimos productos alimenticios o de ocio o incluso relaciones sentimentales, consumimos objetos de la industria cultural. Pero eso no nos hace más críticos si no nos damos tiempos para interiorizar esas experiencias. Nos dejamos llevar a la hora de comprar un libro u otro producto por la mercadotecnia y esto anula nuestra capacidad crítica. Estoy de acuerdo con la idea de que nuestra sociedad ha sustituido la música, la literatura y la filosofía por el arte emergente, la gastronomía y la moda.

-Y es que la expansión de las posibilidades informativas no implica un auge del conocimiento...

-Por supuesto. Estamos en una ola de aturdimiento, de ruido. En gran medida, nosotros como periodistas debemos reflexionar sobre esto porque contribuimos a ese aturdimiento. La precipitación del día a día impide sacar informaciones sopesadas, mesuradas, críticas. Acabamos siendo voceros de departamentos de comunicación, ya sea de partidos políticos, de editoriales u otros ámbitos, sin tiempo para discernir, en el caso de la literatura, el tratamiento que merece una obra.

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