Josu de Solaun y la Orquesta de Córdoba | Festival de Piano Rafael Orozco

Brillantes nostalgias y esperanzas

Josu de Solaun, acompañado de la Orquesta de Córdoba, durante su actuación en la Mezquita-Catedral.

Josu de Solaun, acompañado de la Orquesta de Córdoba, durante su actuación en la Mezquita-Catedral. / Juan Ayala

Aunque ya sobre el papel se esperaba algo grande (las obras, el solista y su acompañamiento, el lugar…), la velada musical vivida el sábado en la Mezquita-Catedral de Córdoba superó con creces las más altas expectativas. Nos inundó la poesía con grandes dosis de maestría, de verdad artística y un extra inesperado de emoción final.

Lorenzo Palomo (1938) compuso la suite concertante para guitarra y orquesta Nocturnos de Andalucía en 1996; y realizó el año pasado una nueva versión para la pianista Judith Jáuregui por encargo del Centro Superior de Investigación y Promoción de la Música (Csipm) de la Universidad Autónoma de Madrid. Si las seis piezas que componen esta obra encantadora eran ya una delicia en la versión original de guitarra, pensada para el gran Pepe Romero, en esta nueva de piano alcanzan cotas aún más altas, haciéndonos pensar, en términos de calidad, en las famosas Noches en los jardines de España de Manuel de Falla.

Las noches andaluzas evocadas por el cordobés Lorenzo Palomo desde su estudio de la Ópera de Berlín, lugar en el que trabajaba cuando compuso la obra (la música siempre recordando lo que perdimos), son seis: Brindis a la noche, Sonrisa truncada de una estrella, Danza de Marialuna, Ráfaga, Nocturno de Córdoba y El tablao. Los títulos ya sugieren el influjo fuerte de la poesía, tan presente en la música del compositor pozoalbense.

Tímbricamente, la obra es una maravilla: una orquesta considerable -con maderas a dos, cuatro trompas, dos trompetas, tres trombones, tuba, timbal y cuatro percusiones- tratada con la sutileza de una filigrana de platero. Rítmicamente, todo el conjunto, y en especial los números tercero, cuarto y sexto, se perciben como un gran ballet lleno de energía. Melódicamente, hay una variedad asombrosa: giros flamencos, motivos cortos de corte impresionista y melodías sentimentales, a menudo tan hondas y a la vez eficaces como las que tejen el inolvidable Nocturno de Córdoba.

A todos estos aspectos, que han hecho de esta obra de Palomo una de las más reprogramadas del repertorio sinfónico moderno, sacaron un partido sobresaliente los músicos intervinientes: la orquesta (especialmente inspirados los vientos), el director Carlos Domínguez-Nieto y el brillante y carismático pianista Josu de Solaun.

Solaun es un pianista y mucho más de lo que solemos entender por un pianista clásico: es un intelectual profundo y lleno de mil curiosidades, un poeta (autor del poemario Las grietas), un brillante profesor, un compositor, un improvisador… Y también (quienes estábamos sentados cerca del escenario lo comprobamos) un actor convincente, cuyo rostro refleja, y muchas veces anticipa, lo que toca. Como en el mejor cine mudo.

Lo mostró sobradamente en la suite de Lorenzo Palomo y más aún, si cabe, en el concierto de piano de Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893), una pieza muy a medida de las cualidades del pianista valenciano: fue esta, por cierto, la obra que le dio el triunfo en el prestigioso concurso Enescu. Y, justamente, lo que al parecer molestó en principio a Nikolái Rubinstein, primer destinatario de la pieza, es aquello con lo que Josu de Solaun parece disfrutar más: esos pasajes rotos o como desconectados en los que parece que todo vuelve con una pasión renovada.

El público llenó una nueva jornada del Festival de Piano Rafael Orozco. El público llenó una nueva jornada del Festival de Piano Rafael Orozco.

El público llenó una nueva jornada del Festival de Piano Rafael Orozco. / Juan Ayala

Fue un disfrute enorme recorrer la panoplia anímica de este monumento musical: de los momentos grandiosamente enfáticos a los ligeros (el “hay que divertirse, danzar y reír” del segundo tiempo); de los guiños al folclore ucraniano a los murmullos líricos. Y, luego, el paroxismo del último movimiento, magistralmente enfocado por director y solista. Antes de los pasajes finales, la gestualidad de Solaun era magnífica: ahora veréis, parecía adelantar, esto no va de ortodoxia (mueve la banqueta hacia atrás, otra vez hacia adelante, se encoge), casi ni siquiera va de piano: va de pasión y rabia. ¡Bravo!

Leí en una entrevista con Solaun una reflexión sobre la extrema nostalgia, que nos conduce a la depresión, y la extrema esperanza, que nos puede llevar a la ansiedad. Y sobre cómo la música nos puede enseñar a reconducir esos estados colocándonos en un presente como de paraíso. Creo que mucho de eso pasó el sábado entre las columnas de la Mezquita.

Pero, como decía al principio, quedaba una sorpresa final. Tras los larguísimos aplausos, tras la generosa propina de una nueva interpretación del Nocturno de Córdoba, Lorenzo Palomo tomó la palabra y tradujo en palabras algunas de las nostalgias y esperanzas que la música nos acababa de hacer vivir. Y lo hizo con una gracia (la evocación del gran Rafael Orozco), un sentido de gratitud y una sencillez, que a todos nos parecieron todavía más música.

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