Europa Galante | Crítica

Triunfos de Haendel

Il trionfo del Tempo e del Disinganno  en el Palacio de Carlos V

Il trionfo del Tempo e del Disinganno en el Palacio de Carlos V / Festival de Granada / Fermín Rodríguez

Cuando Haendel llegó a Roma en enero de 1707 tenía sólo 21 años, pero lo sostenía ya una fama notable por sus trabajos para el principal teatro de ópera de Alemania, el del Mercado de las Ocas de Hamburgo. En Roma estaba prohibida la ópera, pero eso no significaba que aristócratas y altos prelados de la Iglesia Católica se privaran del estilo cada vez más virtuosístico de la música teatral. Los palacios de cardenales y nobles ardían en cantatas y, con menos frecuencia, pero no menos significativamente, en oratorios, la versión sacra de aquellos dramas en música.

No fue de extrañar que el joven teutón fuera enseguida requerido por los principales mecenas de la ciudad pontificia para satisfacer sus anhelos artísticos. Lo cumplió pronto con un monumental Dixit Dominus, con decenas de cantatas de todo tipo y, finalmente, con el primer encargo de un oratorio, El triunfo del tiempo y del desengaño, una alegoría moral cuyo libreto había escrito el cardenal Pamphili y al que Haendel pondría música mostrando ya un excepcional dominio del estilo italiano más moderno. Queda reflejado en el encadenamiento de recitativos y arias da capo pero sobre todo en la puesta a punto de los más variados recursos belcantistas que se encuadran en una escritura de fácil melodismo, brillantez y soberbia exuberancia sonora.

Han llegado algunos ecos del triunfal recibimiento de la partitura, que Haendel apreciaba mucho, como demuestra el hecho de que no sólo ofrecería dos versiones diferentes de ella (ya en Londres) en las dos últimas décadas de su vida, sino de que utilizara recompuestas algunas arias para obras cercanas (Agrippina, Rinaldo) e incluso para piezas de los años 30. El triunfo de la obra también lo marca la acogida actual que le brindan los espectadores allá donde se presenta y el Palacio de Carlos V no fue una excepción. Que una obra que sobrepasa las dos horas de duración (y terminó rozando la 1:30 de la madrugada) suscitara la atención y las ovaciones del público del Festival es muestra de la vigencia de una música de deslumbrante expresividad y lirismo.

Buen conocedor del Haendel teatral, a Fabio Biondi le costó unos minutos coger vuelo (y adaptarse a la acústica del Palacio) y el arranque del oratorio resultó más bien frío, con un sonido de la cuerda frágil y quebradizo. Remontó a base de lo que sabe hacer muy bien: enfatizar contrastes, jugando con los tempi, las dinámicas y los finales de frase, de tal forma que al terminar la primera parte la interpretación había tomado una velocidad de crucero muy notable, que no dejaría de crecer en una segunda parte que rozó lo memorable.

A ello contribuyeron la progresivamente más incisiva articulación del conjunto, el apoyo de un magnífico y muy variado en soluciones bajo continuo (Gigi Pinardi en el laúd, Paola Poncet en el clave y el órgano, Alessandro Andriani en el violonchelo) y un elenco vocal que fue también creciendo a medida que avanzaba la noche. No lo necesitó la contralto Sonia Prina, espectacular desde el principio por su inmenso poder expresivo que apoya en una pasta tímbrica oscura, unos graves hondos, una gran facilidad para las agilidades y un fraseo repleto de pequeñas inflexiones que hacen su canto de todo menos monótono.

Posiblemente, y a priori, la gran estrella de la noche era la mezzo de Alaska Vivica Genaux, que empezó con ese vibrato tan característico de su voz un tanto descontrolado, acaso queriendo impulsar a la cuerda algo endeble del arranque, pero cuando fue haciéndose cálida (“Un leggiadro giovinetto”, con una Poncet muy seductora en el órgano, puede considerarse punto de inflexión) de nuevo estaba ahí la Genaux de tantas noches inolvidables, capaz de combinar el virtuosismo de esa articulación en staccato que le permite separar con claridad cada nota aun en el pasaje más enrevesado, con la expresión más intensa. Lo demostró muy especialmente en su aria de despedida, “Come nembo”, que Haendel utilizaría poco después casi idéntica para su Agrippina.

La suiza Marie Lys supo trazar admirablemente la evolución psicológica de la Belleza. En el dramatismo de sus arias de la segunda parte, culminadas con una nobilísima y delicada “Tu del ciel ministro eletto”, con el Biondi más lírico de toda la noche en su obligado de violín, poco quedaba ya de la ligereza de sus primeras intervenciones, un poco insustancial en “Una schiera di piaceri” pero con una coloratura perfecta en la delirante “Un pensiero nemico di pace”. La voz de Lys se apoya en un timbre hermoso, pero no especialmente distinguido y, sobre todo, en una facilidad para el registro agudo y una resistencia notabilísima (llegó al final intacta, a pesar de que su rol es el más largo y exigente de todo el reparto).

Aunque al principio pasó por algún apuro en su registro grave, el tenor Francesco Marsiglia dio réplica solvente al excepcional trío de compañeras. El papel del Tiempo acaso sea menos brillante, más ingrato, pero Marsiglia supo imponerse en unos recitativos de notable penetración teatral y en un registro medio que lució especialmente en su dúo con Prina del final de la obra, momento mágico por la fusión de dos voces muy diferentes apoyadas en un continuo sutilísimo (laúd, órgano, fagot) y culminado por un ritornello orquestal verdaderamente exquisito.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios