The Chevelles | crítica

Treinta años de amor mutuo

The Chevelles en la Sala X

The Chevelles en la Sala X / JMC

Hay bandas de rock que tienen mucho más éxito en España que en su país de origen y el epítome de todas sus carreras es la de los australianos The Chevelles, que dieron anoche un magnífico concierto en la Sala X, en mitad de la amplia gira por las ciudades de nuestro país que están efectuando. Una gira cuya razón es la celebración de un aniversario muy emotivo para el grupo, como es el de los 30 años; pero no de su creación, sino de la primera vez que vinieron a tocar a España, que fue en Mallorca, en 1994, llenando por completo la plaza principal de Inca y comenzando una historia de amor con los aficionados españoles al power pop que hizo que en los últimos años de la década de los 90, por ejemplo, se agotasen las localidades de todos los conciertos que anunciaban en España, con muchos días de antelación; que fichasen por el sello nacional Bittersweet en 2001; que en 2002 dedicasen una canción a Zaragoza, con ese título -la decimosegunda de la veintena interpretadas anoche- e incluso, entrando en lo anecdótico, que el batería que tenían hasta hace muy poco, Ian Tubbs, se echase novia en Murcia. Como está ocurriendo en la mayoría de los géneros cercanos al rock, está fallando el relevo generacional, por lo que la sala sevillana no se llenó, aunque sí tuvo una buena entrada bastante cómoda.

Y es una pena que no viniese mucha más gente al reclamo de una banda tan buena que no es de extrañar que les reclutase para su sello discográfico -Wicked Cool- el propio Little Steven, el eje de la E Street Band de Springsteen. Picando en una veta perfecta de power pop garagero, con un toque de rock más duro, The Chevelles saltaron enérgicamente a través de canciones irresistibles de toda su carrera, como C'mon Everybody y Stacey Loves Cocaine, las más coreadas de la noche, enlazadas una tras otra, con las que iniciaron la recta final que siguió con su último single, Something About You, para terminar el set con Barbarella, una diatriba enloquecida de un rockero de ciencia ficción con un riff en el que Adrian Allen prácticamente quemó su Les Paul de una forma en la que Rick Nielsen ni siquiera soñó hacerlo en alguna de sus canciones de Cheap Trick. Aún volvieron para un bis de tres canciones más, despidiéndose definitivamente con una acelerada versión de Aloha Steve and Danno, la canción con la que Radio Birdman dieron las gracias por los buenos ratos que les habían hecho pasar Steve McGarrett y Danno Williams, los agentes del FBI de Hawaii 5-0, con guiños instrumentales a la mítica sintonía de la serie, que anoche resultaron absolutamente irreconocibles.

Girl for me fue el ladrillazo sónico que nos preparó para todo lo que iba a venir después, a la que siguieron dos canciones más, Promise y Memories, extraídas del mismo disco, Gigantic, de 1993. Esta última nos trajo consigo también el primer gran solo de guitarra, de Allen, el inicio de una avalancha que nos arrastró en una carrera asesina a través de un repertorio excelente y brillante, en el que muy pocas veces disminuyeron la velocidad, de forma que lo más cercano que hicieron a una balada, a una canción de amor, fue Understand, de la que no puede decirse que sea un clásico tiempo medio. Quien quisiera escuchar más medios tiempos bonitos que los buscase en sus discos; a los conciertos vamos a descontrolarnos y a dejarnos avasallar por músicos desbordantes de energía, que sin pretenciosidad alguna estén en el escenario a su antojo y que se note que no están intentando rellenar una hora y media, sino que se estén divirtiendo tanto como nosotros. Que salgan al escenario con la sana intención de machacarnos y que para lograrlo se conviertan en una poderosa máquina de rock. Que los músicos estén seguros de sí mismos y haya dinamismo entre ellos y los que les escuchan. Y así fueron estos: Duane Smith, con una Fender deslumbrante en ocasiones, aunque menos activa que la guitarra de Allen, con quien iba alternándose en la voz solista; Jeff Halley al bajo y Dave Shaw, que volvió a la batería en esta gira, haciendo que esta formación volviese a ser la de sus mejores años.

Pura electricidad controlada; solos que no tenían nada de pegoteros, sino melodías continuadas que no cansaron en ningún momento y que nos supieron a poco; pop guitarrero con buenos coros e instrumentación furiosa. Hubo algunos defectos audibles, es verdad; pero eso no nos importó a los fanáticos obsesivos del rock, que formamos parte del amplio número de seguidores de The Chevelles. Conciertos como este le hacen despertar a uno del aburrimiento cotidiano y vivir una noche de martes o de cualquier otro día intersemanal de intenso rock and roll. ¿No vale la pena? Pues no se queden en casa y vengan a disfrutarlos, que llenemos las salas sevillanas todavía más que en esta gloriosa noche.

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