Adolf Wertmüller supo ingeniárselas para encandilar a las personalidades más importantes de aquellas ciudades por donde pasaba. Desde la reina María Antoñeta, de quien se convirtió en retratista oficial, hasta la alta burguesía gaditana, de la que recibió numerosos encargos durante la época en que el autor sueco vivió en España, atraído por la oferta que recibió en 1790 del embajador de Holanda en Madrid para pintar la corte madrileña.
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