Córdoba-rayo vallecano · la crónica

Más amagos, nula eficacia

  • Luna Eslava no pudo dar lustre a su debut en el banquillo de un equipo luchador y sin pegada · Hubo gritos de la afición en contra del director deportivo, Emilio Vega · El Córdoba puede caer a zona de descenso

El gran día de Juan Luna resultó ser el peor día de Emilio Vega, cuyo nombre coreó la afición con cánticos en los que recomendaban un nuevo destino al director deportivo del club. Tan penoso como real. Un desgarrador "Emilio, vete ya" resonó con fuerza bajo una lluvia torrencial, en una tarde de frío polar de un día 13 en el que el Córdoba estrenó técnico, pero persistió en mostrar sus taras. Que, por lo que se ve, están bien enquistadas. Ni arrancó con la fogosidad que se le supone a un equipo en sus circunstancias, ni tuvo suerte, ni tiró a puerta, ni ofreció demasiadas sensaciones que permitan deducir que su situación puede cambiar en breve. Tuvo detalles, eso sí. Buscó salir tocando el balón y mirando a las bandas. Quizá tuviera la orden de no abusar de los clásicos pelotazos hacia donde se supone que debe haber un punta -hubo dos: Asen, que se vació, y Yordi, muy estático-, pero ayer era un mal día para florituras. Una permanente cortina de agua y un campo encharcado no dibujan el mejor marco para componer una oda al juego de ataque.

El caso es que el Córdoba se ha metido en problemas por su propio pie y hoy puede entrar en zona de descenso. Ayer perseguía un resultado y una actitud, pero se marchó deprimido por el balance final. Terminó cayendo derrotado ante un Rayo Vallecano que no había vencido en ni una sola de sus salidas. Como otros antes, los madrileños se quitaron un trauma en El Arcángel. Lo de la actitud se resolvió a medias. Los blanquiverdes corrieron y pusieron empeño, claro. Faltaría más. Pero eso, ya se ve, no es suficiente para componer una trayectoria solvente en la Liga Adelante. El equipo necesita otras cosas, que van más allá de tomarse el asunto en serio, dar voces en un vestuario o pregonar en los medios que las culpas son siempre del que se fue. Al rompecabezas cordobesista le faltan piezas. Parece evidente. De ahí el recuerdo para Emilio Vega, invitado a la fuerza en los coros y danzas del fondo del estadio, donde se apostaban unos miles de aficionados ateridos y horrorizados por el papel de su equipo.

No ser capaz de plasmar en el campo lo que se ensaya en los entrenamientos es un grave problema, que se convierte automáticamente en drama si el grupo carece del talento o la habilidad para improvisar soluciones sobre el mismo escenario. Algo así le ha venido sucediendo al Córdoba, frustrado por los escasos réditos que logró bajo los dictados de la pizarra de José González y que ayer, presuntamente liberado del corsé del gaditano, no mutó su imagen. Ésta fue inofensiva y desangelada. Tan previsible como cualquier culebrón televisivo de sobremesa.

Quien esperara una revolución en el once de Luna Eslava se quedó con las ganas. Tampoco es que el de Fernán Núñez tuviera demasiado margen para experimentar. Cuenta con las piezas justas. Seguramente quiso dar un voto de confianza, uno más, al bloque básico de unos futbolistas a quienes todo su entorno considera mejores de lo que están demostrando. O, al menos, eso dicen. Desde el entrenador saliente al entrante, pasando por el director deportivo, Emilio Vega, que insiste -no se sabe si por convencimiento, por obnubilación o por obediencia debida- en que el Córdoba tiene potencial para no estar donde está ahora. Que es el mismo sitio donde lleva situado demasiado tiempo, si exceptuamos la etapa en la ominosa Segunda B, a la que nuevamente realiza macabras oposiciones un equipo que salió de ella hace dos cursos. Ayer, los aclamados héroes del Alcoraz -parece que pasó ya un siglo de aquello- compusieron más de la mitad del once titular. Ahí estaban Rubén, Pierini, Endika, Javi Flores, Arteaga y Asen. Sintomático.

Al Rayo, más armado y sin tanta presión, le vino de perlas el arranque del Córdoba, que fue tan irregular como de costumbre. Acelerado de medio campo para arriba, temblón en la parte de atrás. De las bandas, poco que decir. La irrupción de Mario no resultó especialmente afortunada. Y a Gaspar, que formó dúo de centrales con Pierini, se le hizo tan duro como al italiano contener a tipos con recursos como Piti o Pachón. Ambos firmaron la acción que decidió el partido. El primero lanzó un zurdazo que Raúl Navas despejó como buenamente pudo. El rechace fue de nuevo a Piti, que la envió colgada al segundo palo para que Pachón hiciera el 0-1. Las cifras ya no se movieron.

Pierini hizo un gol de garra, rematando en plena caída una pelota que Cristian Álvarez había metido en el corazón del área. Los blanquiverdes llegaban en oleada y el zaguero toscano la metió, pero a su lado corría Gaspar Gálvez, en posición de fuera de juego. El linier levantó la bandera y El Arcángel estalló de cólera. Esa ofuscación provocó pitidos al árbitro en el intermedio.

Después, el panorama apenas se alteró. El Córdoba lo intentó con brío, pero sin efectividad. Un cabezazo picado de Asen lo detuvo Cobeño. Luego salió Pepe Díaz con el romántico y vano intento de resucitar un partido muerto. ¿A quién se culpa ahora?

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