José Ovejero. Escritor

“Aunque me rebele contra mi educación afectiva, no puedo negarla del todo”

  • El autor retrata en 'Mientras estamos muertos', un libro de relatos que publica Páginas de Espuma, la violencia seca y el rechazo a los "apegos demasiado visibles" del país en el que creció

José Ovejero, fotografiado en una reciente visita a Sevilla.

José Ovejero, fotografiado en una reciente visita a Sevilla. / Juan Carlos Muñoz

José Ovejero, o el narrador que se esconde tras uno de los relatos de Mientras estamos muertos (Páginas de Espuma), siente que describir la España de los años 70 "es como hablar de la vida en un planeta de otra galaxia". Esa voz se remonta a una época marcada por la violencia y negada para los afectos: "Lo he contado ya, todo esto lo he contado ya, en novelas y cuentos. Esa vida áspera de mi infancia, la brutalidad indiferente en el colegio, la competición que manteníamos para humillar a los compañeros...". El autor, reconocido con el Premio Setenil de cuentos, el Anagrama de Ensayo y el Alfaguara de Novela, regresa con un libro brutal y magnífico en el que la memoria personal del creador dispone una suerte de espejo ante el que el lector se siente interpelado.

–En Lo que no se ve sí existe, una de las historias, un marginado escupe en el bocadillo del compañero que lo humilla. El libro habla de una violencia de la que no se salva nadie.

–Claro, esa violencia en el ambiente acaba repercutiendo sobre todos. Incluso los marginados, los que normalmente no son los verdugos, de alguna manera necesitan y quieren su venganza. Esa rabia contenida esta ahí. Había mucha agresividad en la España de los 70, y hablamos de ello en pasado, pero quedan un montón de lugares donde no han cambiado tanto las cosas. En la manera de comportarse, en la autoridad paterna... Algo sí hemos avanzado, pero eso que hoy llamarían masculinidad tóxica sigue ahí.

–En ese escenario resulta más fácil recurrir a la violencia que mostrar afecto. En otro cuento, el personaje evita cogerles aprecio a los perros para no sufrir cuando su padre los maltrata.

–Esa es la educación afectiva que hemos conocido muchos, los de mi generación pero también gente más joven, una educación en la que están excluidos los apegos demasiado visibles. La blandura, la ternura. El personaje piensa que si no se encariña no duele, que es una frase en cierto sentido sabia, pero como tantas estrategias de supervivencia acaba siendo contraproducente. Destruye una parte de ti, te impide querer.

–En el libro se lee: "No es posible escribir una obra autobiográfica sin hablar de los que sucede alrededor". ¿Lo suscribe?

–Sí. Hasta ahora, en mi obra me he dedicado a la ficción pura y dura, a la imaginación. Esta es la primera incursión que hago, más allá de algún poema suelto, en eso que se llama autoficción. Pero para mí era muy importante que ese auto no fuera sólo individual, sino que fuera colectivo. En el fondo cada individuo es fruto de una época, de un contexto, de una clase. Por eso el libro se abre a otras historias, que no son ya del narrador, sino de gente de su barrio, que también contribuyen a que el narrador sea quien es.

"Mi obra mantiene un compromiso con su tiempo, pero no podría pedirle lo mismo a Borges o a Kafka”

–En muchas entrevistas el autor se defiende marcando distancias. Este personaje que parece tener tanto de mí no soy yo, dicen. Pero usted no ha planteado ese matiz todavía...

–[ríe] Sí hay una distancia. Me identifico mucho en que puedo afirmar que ese es mi mundo, pero no podría decir que ese, exactamente, soy yo. Que fuese yo el que escupió en el bocadillo de Carrión, o que fuese un compañero, no importa. Eso pasó así. ¿Qué más da que los hechos se ajusten a mi propia vida? Y aquí entra en juego otro detalle: que la memoria es una ficción, la memoria es un relato que construimos. No puedo decir que soy yo, pero no por pudor, que tengo poco en este libro, porque quien se adentra en él lo lee como si fuera mi historia, sino porque yo mismo puedo confundir los hechos una vez que ha pasado el tiempo...

–En Mientras estamos muertos explora las limitaciones de clase, el rencor que genera estar abajo. No sé si definiría su literatura como comprometida o le parece un término muy manido.

–Sí, fíjate, a mí no me parece una palabra fea compromiso. Es verdad que se ha devaluado mucho, también el apoyo de algunos intelectuales a determinadas ideologías políticas que resultaron destructivas nos ha hecho ser muy cautos. Pero yo estoy comprometido con mi tiempo, y con una visión del mundo. Eso no significa que toda literatura deba estar comprometida políticamente. No le puedes pedir a Kafka, ni a Borges, que expresen un compromiso político, te los cargas. Y sin embargo son muy valiosos para lo que somos, para nuestra cultura. El interés en lo social es algo importante en mi obra. Lo fundamental es que no conviertas tu escritura en una mera herramienta, una marioneta, para decir ciertas cosas.

–En el libro se dice que si no llevas corbata "es muy difícil que te den el Premio Cervantes". ¿Teme que por no responder a ciertas formalidades se le cierren algunas puertas?

–Yo no lo concretaría en mí. Sería un tanto necio decir de uno mismo: No, a mí no me dan el premio porque resulto incómodo. Pero se puede hablar en general, y ahí sí diría que hay discursos más premiables que otros, que encajan mejor en el discurso hegemónico, como ocurre siempre, y no me quejo, es parte de la vida. Sí me despiertan cierto sonrojo esos autores que se consideran rebeldes y que no pueden estar más adaptados.

–"Lo de ser de izquierdas", lamenta uno de sus personajes, "es una contradicción permanente".

–[ríe] Ser de derechas es mucho más cómodo, el otro día me miraba una señora como si fuera tonto por decirlo, pero, lo siento, claro que lo es. Si tú crees en el mérito, en que has ganado todo lo que quieres por el mérito, pues te permites cualquier lujo. Pero si asciendes y piensas que en todo ascenso hay una parte de injusticia o puede haberla, si sabes del desigual reparto, de todo lo que te ayuda a conseguirlo, entonces te surge la mala conciencia. Y si vienes de una clase obrera como la mía, en la que el ahorro es una virtud fundamental, cargas con una culpa que no es exactamente tuya, que te crean. Sólo hay que ver la que le montaron a la ministra de Trabajo porque fue a la pedicura. O lo que dijeron del ministro Garzón por haber puesto gambas en su boda... ¡Un comunista no puede comer gambas! [ríe]

"Mostrarme tierno o frágil en público me cuesta más que mostrarme feroz. Es así, aunque lo lamente"

–¿Es más fácil escribir de la tragedia antes que de la felicidad, usar la literatura para lo turbio y no para lo claro, como se apunta en el libro?

–Es más fácil porque te da la tensión del drama, de la desgracia inminente, de la catástrofe... Todo eso resulta muy literario. Está eso por un lado, y por otro, la verdad es que aunque yo me rebele contra mi educación afectiva no puedo negarla del todo. Lo de mostrarme blando o tierno en público, vulnerable y frágil, me cuesta más que mostrarme feroz. Es así, aunque lo lamente.

–Abordar estos relatos, de una honestidad tan cruda, revisar la educación que ha tenido... ¿Le ha ayudado a liberarse de ciertos traumas que arrastraba?

–En realidad el proceso es inverso, más bien porque me he sabido liberar de ciertas taras he podido escribir este libro. Pero también es cierto que al ponerme a trabajar, en serio, buscando lo que hay ahí, me he encontrado con cosas que no esperaba. Más que liberarme, tengo la sensación de que Mientras estamos muertos me ha dado conocimiento. Conocimiento de quién soy, de dónde vengo, de dónde procede mi familia. Sí, me he vuelto más consciente.

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