El infinito no cabe en un junco | Crítica

Matizando a Irene Vallejo

  • Carlos Clavería revisa con impertinencia en este ensayo todo lo concerniente a leyendas, loas y ditirambos dirigidos a ciertos logros del humanismo universal

Carlos Clavería Laguarda (Caspe, 1963).

Carlos Clavería Laguarda (Caspe, 1963). / D. S.

Lo que se pretende aquí no es ni refutar ni impugnar El infinito en un junco, el logrado ensayo de Irene Vallejo. No se trata, por tanto, de afear este gran festín, bien que feliz y erudito, dedicado a la historia cultural de los libros y, por ende, a la forja del humanismo alumbrado a lo largo de las civilizaciones. Carlos Clavería, experto en oscuridades del mundo libresco, dice sentirse en deuda con el libro de Vallejo. Pero, por esto mismo, señala que escribe "este panfleto contra el infinito amor a los libros con la convicción de que el ser humano es el causante de gran parte de las enfermedades del libro y que merece castigo cuando lo maltrata".

Dicho de otro modo, Clavería no hace sino poner negro sobre blanco la cita de Erasmo que abre su libelo: "No hay creación humana que no pueda ser lustrada y deslustrada al mismo tiempo". Así pues, se revisa con impertinencia todo lo concerniente a leyendas, loas y ditirambos dirigidos a ciertos logros del humanismo universal. Así sean la Biblioteca de Alejandría, la Biblioteca de San Marcos en Florencia, la encomiable labor de los copistas del Renacimiento o, en el caso de España, la creación de la Colombina o la posterior Biblioteca Nacional de Madrid.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

De la legendaria Biblioteca de Alejandría, por ejemplo, se pone bajo sospecha que Ptolomeo I, su fundador, fuese el mirífico rey que nos ha regalado la historia (igual que se matizan las causas reales de su destrucción por parte del califa Omar en el año 640). También se niega que la de San Marcos en Venecia fuera la primera biblioteca pública considerada con tan generoso término. Por su parte, la Colombina auspiciada en Sevilla por Hernando Colón, hijo del descubridor, acabará con distinto fin al concebido por su impulsor. Carlos V la desdeñó por falta de peculio y, con el tiempo, acabó siendo tutelada por el arzobispado local y diezmada por la incuria y por los inquisidores atentos a la mácula de la Protesta. Respecto a la Biblioteca Nacional, creada por Felipe V, debe gran parte de sus primigenios fondos a miles de libros incautados a los enemigos de los Borbones en la Guerra de Sucesión (libros de nobles austracistas, caso del duque de Uceda o del marqués de Mondéjar). Se concluye, por tanto, que las loas al humanismo deben matizarse. Incluso el libro, sugiere el autor, puede ser un agente patógeno de primer orden.

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