Guillermo Aguirre. Escritor

“Un adulto es un adolescente disfrazado”

  • El autor bilbaíno retrata la fascinación por el abismo y la rebeldía de un chaval en ‘Un tal Cangrejo’, una novela editada por Sexto Piso de la que su creador habló en la librería Isla de Papel

El escritor Guillermo Aguirre, fotografiado el pasado viernes en Sevilla.

El escritor Guillermo Aguirre, fotografiado el pasado viernes en Sevilla. / Juan Carlos Vázquez

"Soy un hombre de placeres breves", confiesa el novelista Guillermo Aguirre (Bilbao, 1984) mientras lía un cigarrillo y bebe el primer café de la mañana. Viene a Sevilla a participar en el ciclo Afinidades electivas, para hablar de su última obra, Un tal Cangrejo, la historia de un grupo de adolescentes rebeldes –que empiezan a asomarse a los abismos– y de una época crucial de nuestro país, en una sugerente reelaboración de la novela picaresca.

–Dice la frase que la infancia es la patria del hombre, pero quizá sea la adolescencia.

–Eso no sé. Supongo que depende del hombre. Pero en mi caso concreto creo que de la infancia no tengo más que recuerdos prestados; es decir, puestos ahí por mi madre, por mi abuela… Yo creo que mi primer recuerdo estará ahí a los ocho o nueve años. De los restantes anteriores tengo serias dudas de que sean míos. Creo que me los han implantado. Realmente, mi vida comienza más en la adolescencia que en la infancia. O al menos, la vida de la que tengo recuerdos propios. En cualquier caso, los dos lugares, infancia y adolescencia, son importantes para la creación del individuo. En la adolescencia lo que sí tienes es cierto poder sobre ti mismo, para comenzar a construirte. La adolescencia, en alguna medida, es épica.

–¿Es una etapa oscura o una época luminosa?

–Las dos cosas, supongo. Sobre todo porque el vaivén de un adolescente, a lo largo de un día, es muy particular. Yo eso en la novela también lo que querido reflejar. Hay variaciones: va del drama, o circunstancias muy violentas, a cierto humor que roza lo absurdo. En la adolescencia ocurre un poco lo mismo: a lo largo del día los cambios climáticos son muy radicales. En esa edad cabe lo oscuro y cabe lo luminoso, porque las pulsiones del adolescente van con eso y con más.

–Quizá sea, sin más, una etapa decisiva.

–Es una etapa decisiva para lo autobiográfico. En la medida en que construyes tu propia historia. Los adolescentes de mi novela tratan de construir biografía de manera muy rápida. Quieren pasar por una serie de hitos muy rápidos para ingresar en el mundo adulto. ¿Por qué? Porque los adultos no escuchan a los niños, pues los niños no tienen pasado. Los adultos se relacionan a través del pasado. Para que un adulto te acepte tienes que tener algo que contarle. Si no nos relacionamos a través de desgracias, los adultos no nos escuchamos. La adolescencia es decisiva en el aspecto en el que construyes tu biografía, sí. Pero en otros no tanto como pueda parecer. Sobre todo en lo que se refiere a abandonar los estudios o a caminar por el lado salvaje de la vida. Siempre te puedes enganchar de nuevo a la sociedad.

"He querido reflejar el vaivén en que vive un adolescente. En esa edad cabe lo oscuro y lo luminoso, cabe todo”

–¿Por qué Cangrejo toma el camino de la violencia?

–A Cangrejo lo condena lo mismo que lo salva: la escritura. Es fantasioso. Y por ahí siente una atracción por el antihéroe, por lo oscuro, por los malos. Y se acerca a estos con esa curiosidad que se tiene de que los malos tienen algún conocimiento de la existencia mayor que los buenos. Y no es exactamente que él sea violento, sino que entiende que sin la violencia no puedes acceder al liderazgo de un grupo. La violencia, en el contexto de los protagonistas, funciona como un lenguaje que sirve para establecer los roles y relaciones dentro de un grupo.

–La violencia parece un síntoma de debilidad, de inseguridad del protagonista.

–No, no. La violencia es un signo de falta de madurez. La violencia es el camino más corto, pero el que más desgracias y traumas deja a su paso.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

–¿Qué significaron los años noventa para este país?

–Parecía una época de bonanza. Una época en la que no pasaba nada. Aunque en la novela intento darle un toque más apocalíptico. Parecía, en resumen, un pequeño oasis de paz. Pero eso también nos jodía –a los adolescentes de entonces– y nos dejaba insatisfechos. Porque hay algo en el adolescente que clama desgracia, que pide desgracia.

–¿Ha temido escribir desde la nostalgia?

–Cuando te acercas al pasado hay una nostalgia. Pero yo he intentado tomar distancias. La línea dramática principal, la historia de Cangrejo, podría haberla narrado en primera, pero no lo hago, pues eso me hace tomar distancia con el personaje. Luego, también, lo he enfocado desde la ficción, por lo que el personaje se desliga de mí.

–En la novela leemos pasajes elocuentes sobre cómo vive un adolescente la sexualidad. ¿Ha cambiado el concepto de sexualidad en estos últimos treinta años?

–Pues no tengo ni idea, porque no soy adolescente, ¡aunque me gustaría! (Risas). Creo que ha cambiado el mensaje teórico, que a los de mi generación no se les daba. Sobre lo sexual, la masculinidad… Ahora los chavales, creo, manejan más teoría. Pero la adolescencia es uno de los últimos entornos donde estos temas van a cambiar, porque es primitiva.

"En la adolescencia tienes ya poder sobre ti mismo para comenzar a construirte. Hay algo de épica en esa etapa”

–¿Tiene esta novela alguna lección? ¿O hay que huir de las lecciones en las novelas?

–Bueno, a ver… Yo intentaba mapear de la manera más capaz posible las pulsiones de este adolescente que se sale del tiesto, los problemas familiares, los lugares de los que vienen… No sé si para dar una respuesta o para retratar. No sé si aquí hay una respuesta, un aviso a esos chavales que se descarrilan… Lo que sí sé es que se están falseando las cifras desde hace mucho tiempo. A finales de los noventa había un 28% de fracaso escolar y ahora se supone que hay un 13%. Pero la educación se ha abaratado. Quiero decir: dentro de poco adolescentes que no vayan todo el año a clase van a poder pasar de curso, si te descuidas. Si hay algún mensaje es que creo que hay que dejar caminar a los adolescentes. Y al final de la novela sí hay una visión de esperanza. Quizá por el punto autobiográfico de querer salvar al personaje. Porque sí creo es que el mayor porcentaje que deja las aulas suele engancharse a la vida adulta. El porcentaje que se pierde es mínimo.

–¿Se termina alguna vez de crecer?

–Yo creo que lo que no se termina es de ser adolescente. Nunca. Un adulto es un adolescente disfrazado.

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