El estrecho puente del arte | Crítica

Más allá de su tiempo

  • Páginas de Espuma publica una nueva antología de los ensayos literarios de Virginia Woolf al cuidado de Rafael Accorinti, dedicada a las artes de la ficción y la biografía

Virginia Woolf en 1926, fotografiada por Lady Ottoline Morrell.

Virginia Woolf en 1926, fotografiada por Lady Ottoline Morrell. / (National Portrait Gallery, London).

Con la excepción de dos títulos fundacionales, Una habitación propia (1929) y el más militante Tres guineas (1938), verdaderos clásicos de la literatura feminista, la obra ensayística de Virginia Woolf ha sido con frecuencia relegada por el ascendiente de sus ficciones, pero no cabe olvidar que en sus inicios ejerció sobre todo como crítica literaria y que siguió escribiendo artículos, reseñas y ensayos –los estudiosos han localizado medio millar de piezas– a lo largo de toda su vida, desde que se estrenara en The Guardian con tan sólo veintidós años. Algunos de ellos fueron recopilados por la propia autora en volúmenes como los dos que conforman El lector común (1925 y 1932), fundamentales a la hora de consolidar su prestigio en este terreno. Otros fueron agrupados en colecciones póstumas como La muerte de la polilla y otros ensayos (1942), El momento y otros ensayos (1947), El lecho de muerte del capitán y otros ensayos (1950) y Granito y arcoíris (1958), recogidos por Leonard Woolf en unos Collected Essays (1966) de los que quedaron fuera bastantes colaboraciones no reunidas en los títulos anteriores. Existen buenas antologías en español, como las debidas a Miguel Martínez-Lage (Horas en una biblioteca, El Aleph, 2008) o Carmen Espínola Rosillo (Leer o no leer y otros escritos, Abada, 2013), pero la nueva de Rafael Accorinti, publicada por Páginas de Espuma, es la más amplia de las disponibles e incluye varios ensayos hasta ahora inéditos.

Para Woolf, en la vanguardia del modernismo, la tradición debe ser filtrada por la modernidad

Su título, El estrecho puente del arte, está tomado del ensayo homónimo (The Narrow Bridge of Art, 1927) donde Woolf –luego de reivindicar la libertad de los dramaturgos isabelinos– discurre sobre el futuro de la novela y defiende "la necesidad de nuevas formas", acogida a una metáfora que en palabras del traductor "alude al momento paradigmático en que quien escribe ha de decidir qué llevarse de sus antecesores y qué aportar a sus contemporáneos", sabiendo que los pertrechos son por fuerza limitados. La imagen resulta adecuada para una escritora que se situó en la vanguardia del modernismo, de la mano de los autores más osados y experimentales, sin dejar de prestar atención a los ya clásicos del siglo anterior, releídos e interiorizados conforme a los términos felizmente consignados en su obra crítica. En efecto, los ensayos literarios de Woolf parten de la familiaridad con la tradición –siempre fue una lectora concienzuda, especialmente lúcida– y de la convicción de que esta, que no exime de conocer lo actual, debe ser filtrada por la modernidad, como ocurrió sin duda en su caso. El método de Woolf, como bien señala Accorinti, es altamente intuitivo, propio de una autora que no temía desafiar las convenciones desde una posición, también de absoluta libertad, fiel al subjetivismo de Montaigne –uno de sus referentes predilectos, a quien remite el renovado propósito de reflejar las evoluciones de una conciencia– y desde luego acorde a su visión feminista.

Los ensayos dan fe de una amplitud de miras que excede el ámbito de la literatura anglosajona

La colección se presenta en dos partes, la primera dedicada al arte de la ficción y la segunda al de la biografía, aunque la divisoria entre ambas parece bastante tenue. Las dos reflejan, de cualquier modo, la idea general de la literatura que tenía Woolf, y es verdad que como dice el traductor esa idea –con su paradójica desconfianza hacia la institución de la crítica– puede arrojar luz sobre su propio empeño como creadora. Y lo mismo a la inversa, vale decir que no leeríamos igual estos ensayos si no supiéramos que son obra de la autora de Las olas, pues las reflexiones sobre la Modern Fiction tienen tanto más interés si provienen de quien fue, en la edad de oro de las vanguardias, una de sus principales cultivadoras. Fruto de "una mente arrebatadoramente sensible", por usar la acuñación (terribly sensitive mind) que ella misma aplicó a Katherine Mansfield, las páginas donde Woolf trasladó sus impresiones de lectora dan fe de una amplitud de miras que excede el ámbito de las literaturas anglosajonas (la británica y también la estadounidense, representada por Thoreau, Henry James o Hemingway) y comprende asimismo la rusa (Chéjov, Turguénev, Dostoievski, Tolstói) o la francesa (Stendhal, Maupassant, Proust). Pero por encima de sus vastos intereses, admira la originalidad de sus juicios y su penetración analítica, capaz de abordar lo pretérito con ojos desprejuiciados, de cumplir con el imperativo de lo nuevo y a la vez de proyectarse más allá de su tiempo.

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