De la tradición a la franquicia

Gondomar ha transformado su paisaje comercial con el cierre de establecimientos tradicionales Las grandes cadenas, con capacidad para asumir los alquileres más altos, han tomado el relevo

Los cordobeses que pasearon por el centro de la ciudad a mediados del siglo pasado serían incapaces de reconocer ahora la calle Gondomar, que conecta la plaza de las Tendillas con el bulevar del Gran Capitán. Esta vía se aparecía al viandante de antaño como una galería de tiendas de toda la vida, en la que se citaban decenas de locales regentados por empresarios cordobeses que lograban mantener a flote sus negocios tradicionales. La imagen que presenta ahora es muy diferente, a raíz de la proliferación de cadenas y franquicias internacionales que han diseñado un paisaje idéntico al que puede encontrarse en cualquier otra ciudad de España. La transformación, que se ha gestado de forma paulatina a lo largo de una década, va camino de completarse con el cierre del que es el último establecimiento tradicional que resistía en Gondomar: la juguetería Los Guillermos, que echará el cierre a finales de este mes de septiembre para asentarse en otro punto de la ciudad.

La historia comercial de esta céntrica vía no puede entenderse sin remontarnos a las primeras décadas del siglo XX, cuando Gondomar era la calle de la Confitería La Perla, los Ultramarinos Sánchez García y la Librería Luque. De establecimientos como aquellos, que fueron la seña de identidad de esta zona de la ciudad, apenas quedan vestigios. El actual edificio La Perla, en el número 5 de la calle, tomó su nombre de aquel café-cantante, lugar de encuentro para músicos, literatos y artistas, después de que el local que lo alojaba fuera demolido. La Librería Luque huyó de Gondomar tras casi 70 años para trasladarse primero a Cruz Conde y después a la calle Jesús y María, donde tiene su actual sede. El local del otrora santuario de la lectura para muchos cordobeses lo ocupa ahora una conocida cadena de ropa interior femenina. Una de las tiendas de ultramarinos de la firma Sánchez García sobrevivió a los peores años de posguerra, marcada por el hambre, en el número 10 de la calle Gondomar, pero el negocio se extinguió en 2003 acorralado quizás por el crecimiento de los supermercados, grandes enemigos de las tiendas de alimentación de toda la vida.

La esquina de Gondomar con Gran Capitán la ocupó a principios del siglo XX el Círculo Mercantil, que se alzó en el gran local que después fue la sede de la constructora Prasa y que recientemente se reconvirtió en una tienda de ropa del gran tiburón de la moda, Inditex. El Mercantil surgió al albur del movimiento asociativo que también vio nacer agrupaciones similares como el Real Círculo de la Amistad o el Círculo de Labradores. Por su parte, el espacio que hoy ocupa Zara fue un día la sede cordobesa de los grandes almacenes españoles Woolwoth que, acorralada por las deudas, cerró en 1980 todas sus tiendas del país. Modestos comercios textiles como la Casa Fabra o Lui, restaurantes como el Alfonso -sobre la Farmacia Marín- y zapaterías como Calzados Miguel y La Imperial completaban un paisaje comercial que hoy ha sido tomado por las multinacionales: Stradivarius, Oysho, Bijou Brigitte, Celop; y al mirar arriba, en los pisos más altos de los edificios, oficinas de particulares e inmobiliarias que se anuncian con cartelones que cuelgan de sus fachadas.

La sangría de cierres y traslados se ha acrecentado en los últimos años y en este hecho tiene un importante papel el fin del decreto Boyer, impulsado por el que fuera ministro de Economía en los años 80 y gracias al cual los locales de renta antigua han gozado de ciertas ventajas contractuales que les han permitido vivir en un limbo de alquileres fijos mientras los precios del mercado inmobiliario se disparaban. El 1 de enero de 2015 este decreto dejará de tener validez, y los arrendadores podrán establecer precios más competitivos a los locales comerciales más antiguos. Esto revertirá en unos valores de alquiler que muchos propietarios de negocios familiares no pueden asumir y que, sin embargo, no serán un problema para empresas grandes que cuentan con un mayor caudal de ingresos.

Una de las víctimas de esta problemática fue Rusi, la célebre sombrerería de la calle Gondomar. Con un modesto "Rusi da las gracias a sus clientes y amigos" en su escaparate, se despedía en 2011 dejando prácticamente solo en el sector sombrerero a su hermanastro Herederos de J. Rusi, la tienda que también fundara el sombrerero José Rusi y que resiste en la calle Conde de Cárdenas. Detrás del mostrador atiende Mario Roldán, que no duda en culpar a los "desorbitados alquileres", que pueden rondar "los 3.500 euros al mes", del terrible futuro que le espera al pequeño comercio de cercanía. En su caso, la especialización supone un arma de doble filo, ya que tanto el Rusi de Gondomar como la tienda de Conde de Cárdenas se han retratado como referentes en el sector y "quien quiere un sombrero bueno viene aquí". No obstante, la competencia barata también pone en peligro su supervivencia. "Hay quien prefiere comprar un sombrero de ocho euros, que te pica la cabeza y que se rompe a los dos días", afirma.

Y es que parte de la culpa de la sentencia de muerte recaída sobre las pequeñas tiendas familiares y artesanales la tiene la propia ciudadanía que, si bien se lleva las manos a la cabeza cada vez que cierra un comercio clásico, prefiere tener más por menos y acudir a las grandes franquicias en lugar de tender la mano a sus vecinos. Esta es una opinión generalizada entre los que frecuentan las calles del centro, según expresa Rafael Serrano, un lucentino de 77 años afincado en Córdoba que pasea casi a diario por la calle Gondomar, bastón en mano. "Y yo el primero, ¿eh?", admite, "que llevo 20 años comprando los Reyes de mis nietos en El Corte Inglés. No sé de qué nos extraña".

Frente al escaparate de la juguetería Los Guillermos se han detenido niños de todas las generaciones para observar, con ojos chispeantes, las Mariquita Pérez y los soldaditos de plomo que se mezclan con los juguetes modernos tras las cristaleras. Esta tienda ha sido la última en abandonar el barco dejando la calle Gondomar huérfana de las firmas de siempre. Su actual propietario ha cedido el nombre comercial a un empleado que se encargará de reabrir la tienda en otro punto de la ciudad, que aún no han dado a conocer. Pasa sus últimos días tras el mostrador despachando a rezagados y curiosos, que acuden a la tienda para beneficiarse de una liquidación por cierre con la que tratan de vender los juguetes de su almacén con precios de hasta un 60% de descuento.

Al cierre de Los Guillermos se le adelantaba, en el mes de junio, la zapatería Calzados Rafael. Este negocio familiar vivió su última etapa regentado por la nieta del fundador de la tienda, Ana Fernández-Delgado, que lamentaba, los días anteriores a su cierre, que la reconversión de Gondomar en una calle comercial como cualquier otra había perjudicado a los pequeños comerciantes que aún sobrevivían. El motivo que condujo a la toma de esta decisión fue el mismo por el que cerraron Rusi y Los Guillermos: la extinción del contrato de renta antigua y el elevado alquiler que el propietario del local pedía a partir de enero. Tras su cierre, el poder de la franquicia no tardó en hacer aparición, y las estanterías de zapatos han sido ahora sustituidas por mostradores de joyas de la marca Tous, de la misma forma que el antiguo local de Rusi amaneció un día transformado en una tienda de cosméticos de una firma internacional. El punto de color local aún lo pone la tienda que tiene en Gondomar la diseñadora Matilde Cano, si bien su firma de moda ha alcanzado ya cotas muy altas y su establecimiento tiene un cariz muy diferente a los pequeños comercios tradicionales que fueron sus vecinos.

Pero la calle Gondomar no es una isla desafortunada en la que se producen las desgracias mientras los comercios tradicionales bullen de vida más allá de sus esquinas: a los réquiems por Los Guillermos, Rusi o Calzados Rafael se suman los que estos días se entonan por otros comercios como Fuentes Guerra o la mítica Librería Universitas, que colgaba hace unos meses el cartel de "se alquila". Ahogados por los alquileres y la falta de mimos de sus clientes, son absorbidos por franquicias, para las que el riesgo de lanzarse a una nueva aventura comercial siempre es menor. Pero a una ciudad la hacen, entre otras cosas, sus gentes y sus comercios. Por eso se seguirán heredando sombreros de Rusi y los mayores del mañana echarán de menos el cartel amarillo y verde de Los Guillermos, muchos años después de que en el local que hoy ocupa se haya instalado una nueva tienda deshumanizada y sin memoria.

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