Juicio de la Manada

El caso de la Manada de Pozoblanco, visto para sentencia

  • Termina la vista oral contra cuatro miembros de la Manada por los supuestos abusos sexuales en Los Pedroches, que en realidad han sido tres juicios en uno

El abogado de la Manada, Agustín Martínez, atiende a los medios.

El abogado de la Manada, Agustín Martínez, atiende a los medios. / Rafa Alcaide / Efe

Ha habido estos días un juicio del juicio a la Manada y otro fuera de la sala, aparte del oficial, el que ha sentado en el banquillo a Antonio Manuel Guerrero, Jesús Escudero, José Ángel Prenda y Alfonso Jesús Cabezuelo, la Manada, por unos supuestos abusos sexuales a una chica en Pozoblanco el 1 de mayo de 2016. Tres en uno. “Me van a mandar al paro”, se quejó de hecho el magistrado, Luis Santos, en el enésimo encontronazo entre las partes para dilucidar si existía autorización específica para inspeccionar los móviles de los acusados.

O para aclarar si era posible encontrar burundanga en el cabello de la joven meses después de quedar inconsciente en el asiento trasero de un coche. O si la chica dio con el culo en el suelo en la discocaseta de Torrecampo o fue un manotazo del exmilitar para echarla del vehículo aquella noche. O, incluso, si el moratón del muslo era morado o verdusco, que también se ha discutido este extremo en la vista oral.

El motivo de la controversia da lo mismo. Y el magistrado podría haber lanzado su exclamación casi en cualquier momento en estas cuatro sesiones. Daba a veces la impresión de que el abogado de la defensa, Agustín Martínez Becerra, lo había tirado del sillón de un empujón para enjuiciar a los policías forales de Navarra sobre la pertinencia de tal o cual diligencia. O que el fiscal Jesús Aparicio se había encarnado en instructor para apuntar con un haz de luz a algún testigo mentiroso, que unos cuantos ha habido. Hasta que el juez, el único que al final dictará sentencia porque es el que lleva las puñetas en la toga, dijo basta: “Me van a mandar al paro”, exclamó. Y se rio con levedad, una mueca torcida más discreta que la que los procesados, sonrisa profidén, han paseado desde el lunes.

El juicio del juicio –esto es, qué se ha hecho bien y qué se ha hecho mal en unos expedientes que ocupan miles de folios y que ya es tarde para cambiar– es en lo único en lo que han coincidido todas las partes a la hora de exponer sus conclusiones a falta de pruebas contundentes y ante la hipótesis de que el magistrado opte por anular el vídeo como prueba. Es lo que propugna la defensa y lo que en el fondo, con algo de razón, temen las acusaciones. Porque el auto judicial que llevó a la Policía Foral a encontrar el vídeo de la Manada en Pozoblanco y a tirar del hilo todavía no se ha mostrado en la sala. Y el juicio ya ha terminado.

Queda en la calle el otro proceso, el que apela a la opinión pública a dictar sentencia. El que el martes, mientras la denunciante declaraba a puerta cerrada y tras un biombo, destrozaba las fotos de la Manada a las puertas de la Ciudad de la Justicia como una jauría. La abogada de la acción popular, que ejerce la asociación Clara Campoamor, introdujo algo de esto en el plenario con un reproche:“Nos sorprende la actitud del Ministerio Público al desviarse, pensé que íbamos a ir todos de la mano”. Minutos antes, el fiscal acababa de reducir de tres a dos años la petición de cárcel a la Manada por el delito de abusos sexuales;el Prenda, sin dar crédito a aquello, se peinó las cejas con nerviosismo.

“Vivimos tiempos sentenciosos y cualquier resolución que difiera de lo que ya está decidido se encontrará con el rechazo del monstruo en que se acaba convirtiendo la opinión pública”, reprendió el abogado defensor a su colega. Y sin que nadie lo callara, siguió con su juicio como si fuera un tertuliano en un debate de televisión: “No sé si Clara Campoamor estaría de acuerdo con la gestión de la asociación que lleva su nombre. Se ha permitido el lujo de corregir al Ministerio Fiscal, casi en tono amenazante, para venir a decir que qué poca sensibilidad y qué poca perspectiva de género”. La cámara me quiere, debió pensar mientras tanto.

Para rematar cuatro días de testigos que pasan por la vida como fantasmas, debates estériles y preguntas sonrojantes, el Prenda quiso aprovechar su derecho a la última palabra y el magistrado le permitió que se acercara al micrófono que ahora hace las veces de secretario judicial mientras el secretario judicial de verdad parece mirar al infinito durante horas.

La sala exhaló con expectación, porque desde que a la Manada le quitaron el bozal en la mañana del lunes no ha ofrecido más explicación que el silencio. Los periodistas se prepararon para teclear en los portátiles y los estudiantes de Derecho de las últimas filas afinaron los oídos. El Prenda, entonces, regurgitó con rapidez algo que llevaría días rumiando con su abogado: “Reconozco haber grabado el vídeo con el móvil de Antonio Manuel y haberlo pasado sin el conocimiento de ninguno de ellos”. Hubo dudas en el auditorio después de tanta preparación: unos escucharon “consentimiento” y otros escuchamos “conocimiento”, como al final recogieron las crónicas periodísticas. Nadie oyó “perdón”.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios