Incendios forestales: verdugos y víctimas antropogénicas

Humanidades en la Medicina

Los incendios son la devastadora consecuencia de una serie de decisiones humanas ciegas ante una realidad no adaptada a una situación real, que reclama prevención

La soledad: un silencio que grita

Incendio en Ourense. / Rosa Veiga/E.P.

Ante la preocupación de la oleada de incendios en nuestro país durante este 2025, nos preguntamos: ¿Qué estamos haciendo mal? ¿Qué hemos dejado de hacer? Todos sabemos que el fuego es un fenómeno de importancia global y, sobre todo, cuando afecta a los ecosistemas de las zonas forestales, con el inconveniente de que cada vez su magnitud y severidad es mayor. Pero por encima de estas pérdidas están las víctimas humanas potenciales en las que pensamos principalmente.

Hace pocos días saltaron las alarmas con el incendio de la Mezquita-Catedral de Córdoba, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1984, un recordatorio de nuestra vulnerabilidad. Esta fragilidad no distingue entre bienes culturales o naturales. Desastre que testea la debilidad de nuestro sistema preventivo, dejando ver las carencias ante los daños que afectan a parajes como los de Las Médulas, en León. O uno de los más graves, en Zamora.

En nuestra opinión, la mayoría de los incendios en el bosque no son obra de la naturaleza, sino que interviene la mano del hombre, que se alza como una silueta convertida en verdugo de las víctimas. No podemos culpar a Prometeo por las desgracias que provoca el fuego. El verdadero delito no está en que la humanidad recibiera este don, sino en la manera en que, siglos después, seguimos gestionándolo con negligencia y codicia.

Las causas de los siniestros forestales tienen un carácter antropogénico, como la deforestación, combinadas con condiciones climáticas extremas como sequías y altas temperaturas, que han contribuido a la rápida propagación de las llamas. Cuando el fuego es obra de nuestra acción o inacción, descuido, intencionado por un conflicto territorial o laboral, estamos encendiendo la chispa que pone en marcha la maquinaria destructiva. Sin embargo, nuestro papel como perpetradores del inicio de una potencial calamidad va más allá del comienzo de las llamas.

Una de las causas más crueles y calculadas es la quema de suelo forestal de interés urbanístico, en un intento de recalificar el terreno para convertirlo en edificable, ignorando sus consecuencias. No podemos olvidar que somos los creadores de un paisaje vulnerable que se convierte en polvorín por el abandono. Que hemos dado la espalda al mundo rural, dejando atrás a los pastores y sus rebaños. Recordemos que hemos desmantelado, no sabemos por qué y en nombre de quién, la defensa más antigua y eficaz contra las llamas: los animales bomberos, que durante siglos limpiaron de forma natural y provechosa el campo, mediante la práctica de la trashumancia, constituyendo una verdadera defensa antifuego.

Los caminos de carne, las cañadas reales, que sirvieron para limpiar y al mismo tiempo actuaban como cortafuegos. En la actualidad, la mayoría, olvidados e invadidos y hasta borrados del mapa. En este contexto, ¿qué hemos hecho como gestión preventiva? Protocolos insuficientes que no logran replicar las ventajas del pastoreo tradicional y, aunque se invierta en tecnología, vigilancia y desbroces mecánicos, no son eficientes.

Existen planes de contingencia. Sí, pero ineficaces. La base legal se encuentra en la Ley de Montes (Ley 43/2003) y el Real Decreto-ley 15/2022, que establecen las directrices para la gestión y prevención de incendios. Si reducimos la ganadería extensiva, estamos acumulando combustible en los montes. La ley falla por aquí. Debemos recuperar y potenciar las actividades tradicionales para mantener el monte limpio.

Un país que perdió a sus pastores, a sus agricultores y a sus trashumantes es un país en crisis por no haber frenado el abandono rural. La solución no está en apagar las llamas, que también, sino en dar una solución de prevención integral. Aquí tiene mucho que ver la falta de inversión de las administraciones, tanto estatales como autonómicas, que desde la crisis de 2008 han priorizado los recortes en medidas de seguridad forestal, y ahora tenemos las consecuencias.

La situación se complica verdaderamente cuando, junto a la tierra calcinada, hay una lista de víctimas, vidas humanas perdidas. Recordamos a las once víctimas del retén de Guadalajara en el año 2005, o a las cinco de bomberos de Horta de Sant Joan en 2009. Y, en los incendios actuales, no sabemos cuántos habrá. El fuego, además de robar vidas humanas, roba patrimonio ecológico y cultural, destruyendo pueblos enteros. Si a todo esto le sumamos la intencionalidad humana, es cuando comprendemos un triste reflejo: Causa y víctima del desastre.

El fuego, además de reducir la capacidad del ecosistema para regular las inundaciones y purificar el agua en el período inmediatamente posterior, puede dejar una herida más profunda e invisible, que es la que afecta a la salud mental. Para valorar su impacto psicológico, se hizo un estudio en la Universidad de Harvard, T.H. Chan School of Public Health (2019), en el que encontró una conexión directa entre la exposición al humo y trastornos de salud mental. Las partículas finas del humo, como el PM2.5, pueden tener un efecto directo en el cerebro, incluso un trastorno de estrés postraumático.

Durante mucho tiempo, el humo no se ha considerado importante, incluso se pensaba que si el incendio estaba lejos, no importaba, pero se ha comprobado su toxicidad para la salud humana al ser transportado por el viento a cientos de kilómetros. Los riesgos de aspirar este humo son más graves para los niños y personas mayores, así como para las portadoras de enfermedades pulmonares, cardiovasculares, diabetes, obesidad y trastornos metabólicos.

La ola de calor, la baja humedad y los vientos que dificultan los trabajos de extinción de los incendios no pueden dejarnos como convidados de piedra sin enfrentarnos al incendio como lo que es: una devastadora consecuencia de una serie de decisiones humanas ciegas e incompetentes ante una realidad no adaptada a una situación real, que reclama ante todo prevención.

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