La soledad: un silencio que grita

Humanidades en la Medicina

Dos tercios de los mayores aseguran sentir soledad en alguna medida, que es grave en uno de cada seis casos. Es una enfermedad social, con impacto en la salud emocional y física

El poder del sueño en tu salud

Un mayor pasea solo por una calle
Un mayor pasea solo por una calle / Manuel Bruque | Efe

Córdoba/Ahora que llega el verano, con su aparente alegría por el disfrute de unas vacaciones merecidas, se acentúa la soledad de las personas mayores. Algunas quedan al margen de la planificación familiar, lo que puede convertirse en un período de dejadez.

Este pseudoabandono está marcado por una distancia emocional, sin pensar que la soledad no se va de vacaciones. Con una tecnología que nos permite la comunicación al instante, en un mundo hiperconectado y, sin embargo, nos podemos encontrar en la más absoluta soledad, cuyo silencio nos grita desde lo más profundo de nuestros sentimientos, pudiendo llegar a ser abrumador. En este artículo nos referiremos a la soledad no deseada en la senectud y a los problemas que puede ocasionar, tanto físicos como mentales.

Hemos de aclarar que la soledad deseada no es mala en sí; nos sirve para concentrarnos, como introspección, para la creatividad, etc. Algunos autores plantean que las iniciativas negativas de la percepción de la soledad en los medios de comunicación pueden contribuir a agravar el problema, cuando para algunas personas no lo es, según un reciente estudio realizado por la revista Nature. No obstante, cuando la soledad es involuntaria, se convierte en un problema para la calidad de vida de quienes la padecen.

Una publicación realizada por la Fundación la Caixa, en 2021, con más de 14.000 personas mayores, reveló que una de cada seis vivía una soledad muy grave, y se aplicaban la autoresignación. El 68,4% sentía soledad en alguna medida y solo el 31,6% no manifestaba sentimientos de soledad.

La soledad podemos considerarla como una enfermedad social porque tiene un gran impacto en la salud de los mayores, tanto es así que países como el Reino Unido y Japón han creado “ministerios de soledad”.

El profesor de Fisiología Humana de la Universidad de Murcia, August Corominas, y miembro de la Real Academia Europea de Doctores, presentó a la comunidad académica un artículo: Los cuatro jinetes del apocalipsis gerontológico: soledad, silencio, dolor y nocturnidad. En él hace una reflexión sobre la cara oscura de la vejez en los tiempos actuales y las engloba dentro de las enfermedades sociales. Estos cuatro jinetes metafóricos son los enemigos del anciano, han sido considerados incluso más graves a largo plazo que la reciente pandemia.

Centrándonos en la soledad, diremos que no solo es ausencia de compañía física, sino que lo que se origina es una falta de conexión real que, aunque invisible, va minando la salud en todas sus esferas, no solo en la mental y emocional. Podemos estar acompañados, pero sentirnos invisibles si nos dejan fuera de las dinámicas diarias. En algunos casos, el teléfono móvil puede convertirse en la principal compañía, sustituyendo de forma indeseada a las reuniones familiares.

Esta soledad se convierte en un tabú silencioso, una enfermedad que pocos se atreven a admitir, y si además se simultanea con una pandemia como la pasada, el distanciamiento se convierte en aislamiento, agravándose el estado de salud, como demuestran los estudios.

Vamos con prisa, con pasos de gigante, a veces hacia ningún sitio, pero… ¿a quién dejamos atrás? A los mayores, que encuentran una compañía no deseada y un silencio vociferante, pero persistente. Quizá lo que más añoran es pasar más tiempo en familia, con reuniones de calidad.

Cuando analizamos las causas de soledad de los mayores, vemos que, por ley de vida, el círculo de amistad se va reduciendo, unas veces por fallecimiento, por enfermedades o por desplazamiento de las amistades. Esto es, la red de apoyo se va diluyendo. A menudo se impone una independencia forzada por distribución geográfica o por viudedad. El estado de independencia puede convertirse en abandono. Las barreras tecnológicas se convierten en una traba, incluso para tareas bancarias básicas; deben de tener ayuda por parte de los profesionales.

Una sociedad que valora a sus ancianos como guardianes del conocimiento, como ocurre con las culturas asiáticas, conecta a las personas mayores con la comunidad, alejando el sentimiento de soledad.

La soledad de los mayores depende en gran parte de nosotros; veamos la estructura de la sociedad, en la que priorizamos la velocidad y la productividad. No encajan en nuestro panorama, convirtiéndose a veces en un estorbo, porque queremos adaptarlos a nosotros, a nuestros planes. Lo comprenderemos mejor si pensamos con la vista atrás en la cantidad de veces que nuestros padres se han adaptado a nosotros desde que nacemos.

La excusa de la falta de tiempo cambiaría si priorizáramos cómo se gestiona ese tiempo. Las residencias de mayores pueden ser una buena opción siempre que la calidad y la frecuencia de visitas sean óptimas. El problema estriba en que, en vez de potenciar el bienestar, se potencie el olvido. Es fundamental la interacción de familiares y de amigos para que no haya desconexión emocional. Una carencia de visitas de amigos y familiares se asoció con una mayor mortalidad por todas las causas, como recoge el estudio publicado en la revista BMC Medicine.

Vivimos en una sociedad que ha normalizado una aberración como es la soledad de los mayores, aceptándola como parte de la vida cotidiana, cuyo aislamiento no genera alarma. Según los estudios antes referidos, las estrategias que utilizaban las personas para mitigar la sensación de soledad eran proactivas y con visión positiva.

El tiempo dedicado a nuestros mayores no es un tiempo perdido, es un tiempo ganado en humanidad, amor y dignidad y debe de percibirse como un regalo y no como una obligación.

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