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De Perú a Córdoba en 2007
"Por un eurito un millón", pregona Nancy desde su puesto de la calle Osario —al final de Ronda de los Tejares, frente a los jardines de Colón—, allí donde expende oportunidades que salen de la máquina como churros para cambiar la suerte de cualquiera a golpe de cuponazos. Su historia hasta convertirse en uno de los activos más rentables de la ONCE a pie de calle, por estar en una de las arterias con más tráfico de la ciudad, es una epopeya.
A sus 37 años conserva aún las heridas de su infancia en Perú, criada en el seno de una familia "súper humilde" junto a sus seis hermanos, en un poblado a 18 horas de Lima (la capital) donde no había luz en las calles ni en las casas; huérfana de padre a los dos años, con una madre maltratada por su padrastro y, para colmo, con una enfermedad degenerativa en la vista que le impedía ver en la oscuridad.
"Desde que tengo uso de razón, con mi ojo izquierdo solamente veo la claridad", cuenta Nancy. A los 12 años le diagnosticaron retinosis pigmentaria, una degeneración de la retina -habitualmente hereditaria de otro familiar, aunque ella es la única de sus hermanos y tampoco recuerda ningún antepasado que haya tenido problemas en la vista- que ocasiona la pérdida de la visión periférica y paulatinamente la ceguera. "Me dijeron que iba a perder la vista poco a poco".
"La vida en Perú es muy dura", insistirá Nancy varias veces mientras analiza el camino por el que ha pasado. Más aún para alguien como ella que "siempre ha dependido de alguien", añade antes de empezar.
"Mi padrastro maltrataba mucho a mi madre y ella se dedicó a beber. Yo me aparté de mi casa para poder trabajar y me fui con mi tía, después con mi abuela: me hacían trabajar duro por un kilo de arroz, me daban 20 soles en tres meses, lo que viene a ser cinco euros", rememora. "Me puse a estudiar en la escuela a los 11 años, pero me marginaban porque no veía. Mis compañeros me insultaban en Quechua (una lengua originaria de los andes peruanos), se reían de mí, me empujaban...Cuando llegaba a casa no tenía con quien quejarme, yo no sé lo que es decir papá o sentarte con tus padres y tus hermanos en la mesa y poder hablar".
Al tiempo se marchó a Lima para trabajar como sirviente en una casa a la par que iba a la escuela. "Allí en la capital la gente era más educada y había más luz en las calles", describe Nancy, aunque también denuncia la arraigada discriminación que existe de los "patrones" hacia los trabajadores. "Me maltrataban en el trabajo, me decían: eres una chola (india), vuelve a limpiar esto. Y lo que pasaba es que yo es que no veía, cada vez tenía menos visión".
El 7 de junio de 2007 Nancy llegó a Córdoba con un contrato para trabajar como empleada en otro hogar. "Estaba aquí mi hermana, ella se quedó embarazada y les habló de mí. Cuando llegué no me acostumbraba y me quería ir de nuevo a Perú", recuerda. "Trabajaba de lunes a lunes, sin descanso, cada vez me notaba que veía más borroso, solamente lloraba...". Fueron pasando los meses y la relación con su hermana se empezó a torcer: "me llamaba ciega y floja cuando me equivocaba limpiando, y me decía que siempre buscaba un pretexto por la vista".
"A los diez meses no aguantaba más, cogí mi maleta y me fui de casa de mi hermana. Estuve tres meses durmiendo en el sofá que me brindaron una bolivianas, en un piso cerca de la avenida Medina Azahara". Por aquel momento, Nancy había comenzado a trabajar en casa de una mujer jubilada que fue afiliada en la ONCE. "Fue como una madre para mí durante tres años. Me llevó al Hospital de la Arruzafa y me pagó la consulta. Ahí fue cuando el doctor me dijo que estaba perdiendo la visión, que mi enfermedad no tiene solución ni cura, y se me vino el mundo encima".
Lo peor en la vida de Nancy estaba todavía por llegar. En 2013 mataron a uno de sus hermanos en Perú y después le diagnosticaron un cáncer a su madre. "El 24 de diciembre de 2016 me tuve que comprar un billete de avión hasta mi país porque mi madre se estaba muriendo. Estaba entrando por la puerta, pero antes de llegar a la habitación murió, ella sabía que yo estaba llegando, me estaba esperando, pero no me vio, no me pude despedir", confiesa.
Esos dos golpes metieron de lleno a Nancy en una depresión y con cada vez menos visión en los ojos, preguntándose hasta si las lágrimas le dañaban la retina. "En ese tiempo me había mudado a Torre del Mar, donde empecé a trabajar en otra casa". Su terapia era el mar, al que le pedía explicaciones: "¿por qué tanto sufrimiento?".
"En un mes perdí muchísima visión, mentía en mi trabajo porque lo necesitaba para mantenerme, hasta que lo tuve que dejar porque no veía nada", relata Nancy. El punto de inflexión definitivo en su vida llegó tras ser atropellada por una bici al cruzar un semáforo en rojo. "Si hubiera sido un coche no lo estoy contando ahora. Ahí toqué fondo. No sabía por donde empezar, sin trabajo ni nadie que te reciba para darte trabajo".
Nancy llamó a la puerta de la ONCE aconsejada por una amiga. Hasta entonces, había oído hablar de la organización, pero no se imaginaba su dimensión, reconoce. El camino hasta ser hoy una de los casi 400 vendedores que hay en Córdoba fue bastante más largo de lo que se puede contar en un par de líneas, "Pasaron unos meses hasta que recibí la carta de que me habían afiliado. Luego esperé dos años hasta que me dieron la discapacidad para poder trabajar y que me contrataran".
La luz al final del túnel llegó el pasado 11 de julio, cuando firmó su contrato por un año como nueva empleada de la organización. "Cosecharás todo tu esfuerzo en un día y te vas a sentir realizada", cita Nancy el consejo que la ha acompañado en su vida. "No sé si me renovarán o no, no pienso en eso, yo pongo todo de mi parte, pero si no continúo seguiré adelante".
También son 11 —como si fuera este número el que sostiene su suerte— , los meses que tiene su bebé, Yosimar. "Le puse el nombre en honor al mar de Málaga". Su embarazo, tras varios intentos sin lograrlo, fue un rayo de luz en un panorama tan oscuro. "Desde que yo perdí a mis seres queridos estaba enfadada con Dios: no existía. Volví a creer cuando me quedé embarazada. Me arrodillé ante Dios para que me diera otra oportunidad de ser mamá y verle la cara a mi hijo antes de quedarme ciega".
Yosimar le ha devuelto la felicidad a Nancy y las ganas de vivir a sus 37 años: "hubo un momento que no quería", reconoce abiertamente. "Mi historia es muy triste, pero puede que a alguna persona que haya perdido toda la esperanza le pueda servir de inspiración".
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