Salomé | Crítica de teatro

Perdiendo la cabeza

Belén Rueda, en 'Salomé'.

Belén Rueda, en 'Salomé'. / El Día

Un año más una producción del último Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida llega a Córdoba y en esta ocasión nos visitó Salomé, de Magüi Mira. Toda persona que se acerque de alguna manera a las crónicas de historiadores de aquella época, a escritos sagrados, teatro, cine, televisión o música ha tenido oportunidad de conocer la leyenda de Salomé, hija de Herodías e hijastra del rey Herodes Antipas, la cual gracias a su famosa danza embelesó tanto a su padrastro que el monarca en gratitud accedió concederle cualquier cosa, aunque fuera la mitad de su reino.

La joven, por influencia de su madre, solicitó la cabeza de Juan el Bautista, quien estaba encarcelado por, según parece, manifestarse contrario a los matrimonios endogámicos de Herodías (primero casada con su tío Filipo, padre de Salomé, y después con Herodes, que era hermano de Filipo).

Magüi Mira retoma la historia para denunciar la situación de la mujer sometida al arbitrio del hombre e incapacitada para actuar libremente sin ser criticada por ello. La juventud de Salome plasmada en su rebeldía contrasta con el cinismo de su madre Herodías, refugiada en los excesos para afrontar su frustración. Sobre ellas se articulan los protagonistas masculinos: por un lado están Herodes, monarca títere del Impero Romano más preocupado por mantener su puesto que en gobernar con justicia y su grupo de bobalicones exudados de patriarcado que conforma la guardia real. Por el otro, los personajes de Sirio y Juan el Bautista que representan espiritualidad y vientos de un cambio que está por llegar. Finalmente, la tragedia se impone en un ritual sangriento que como siempre deja a cada protagonista insatisfecho.

Mira compone un espectáculo rodeándose de lo mejor. Belén Rueda está imponente y se emplea a fondo en un trabajo de gran exigencia física derrochando fuerza y sensualidad. Luisa Martín da el contrapunto cómico perfecto y divierte en cada intervención. Pablo Puyol se gana al público con su proverbial voz en los momentos musicales. Sergio Mur convence en su complejo papel de narrador-entelequia repleto de sensibilidad y atractivo.

Juan Fernández y su coro de esbirros conformado por Antonio Sansano, Jorge Mayor, José Fernández y José de la Torre aportan el lado grueso y grotesco necesario para removernos del asiento. El principal problema recae en la compactación de la obra. Gran parte de las escenas suceden con sensación de no hilarse y aparecen como compartimentos estancos. La combinación de códigos tan diferentes, como el desfile inicial por el proscenio de los protagonistas a modo de revista, el estilo y encaje de las canciones, múltiples lenguajes en tono cómico, ceremonial, farsesco, onírico o realista y la elaboración de cuadros plásticos y acciones (copiando el giro derviche de los ascetas sufíes, por ejemplo) que bien pueden ser atractivos visualmente pero se desvirtúan al carecer de la rotundidad al prescindir de su fondo. Todo ello entretiene, pero no convence.

¿Por qué ejecutaron a Juan el Bautista? La razón sobre las causas de su muerte y quién la provocó nos ha llegado en su mayoría como un relato cargado de intriga y tintes hondos de misoginia. ¿Quién salía ganando con la muerte de un líder espiritual capaz de agitar las masas y alterar el poder establecido? ¿Seguimos creyendo que toda la culpa la tienen un par de mujeres que solo luchaban por sobrevivir en el mundo de los hombres? Se acabó.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios