Tribuna de opinión

Perdemos la fuerza por la boca

  • ¿Qué significa predicar con el ejemplo?: ser coherente, creer lo que digo, hacerlo mío

Trabajo en la viña.

Trabajo en la viña. / El Día

En este duro tiempo de rebrote de la pandemia debemos buscar soluciones, ir al grano: atajar la enfermedad, atender bien a los enfermos, poner barreras a los contagios, fomentar el empleo y favorecer al empleador, dar una buena educación a los jóvenes. Buscar el consenso y la unidad. No irse por las ramas y aprovechar la marejada para sacar adelante proyectos que bien poco importan a los españoles, como echar a los monjes de una abadía, o promover una oscura eutanasia más barata que una buena medicina paliativa.

Me parece que somos expertos en enseñar lo que tienen que hacer los otros, en dar lecciones. Escuchamos a los políticos, a los famosos, a los padres, etcétera, dar unos consejos estupendos, pero no tienen fuerza, no llegan. Es debido a que no suelen ir ellos por delante. El refranero está lleno de sentencias en este sentido: Fray Ejemplo es el mejor predicador, consejos vendo y para mí no tengo.

¿Qué significa predicar con el ejemplo?: ser coherente, creer lo que digo, hacerlo mío, vivirlo. Tener unos principios que sean los pilares que sostienen mi vida. Sagrados. Prácticos. Inmutables. Ser de una pieza, de honor, de palabra. Entiendo que este modo de ser es muy atractivo, actual. No deja de haber ejemplos estupendos.

Esta semana hemos leído esta noticia: “El corredor español Diego Méntrida se puso tercero cuando su rival se equivocó de camino, pero decidió detenerse y dejarlo pasar. El hombre del gesto fue cuarto, pero el más aplaudido en el Triatlón de Santander”. “Al ver cómo él se equivocaba, inconscientemente me paré. Él se lo merecía”. Esto es creer en el deporte: ganar por los propios medios.

Hace poco me comentaba un amigo que esperaban un hijo, pero según un diagnóstico prenatal, parecía que no venía bien. De todos modos, estaba tranquilo, lo aceptaban como viniese, y no le importaba pasar la vida cuidándole. Lamentablemente lo han perdido. Esto es creer en la vida, en la paternidad. Esto es coherencia.

El Evangelio nos dice: “Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?”. Contestaron: “El primero”. No basta decir sí, sí, hay que hacer, ponerse a trabajar. Es muy fácil quejarse, lamentarse de lo mal que están las cosas: en lo social, ético y religioso. Pero lo meritorio es comprometerse y ser más coherente con nuestras creencias. Luchar por ser mejor, liberarnos de nuestras ataduras, volar alto y ser protagonistas de la historia de nuestro tiempo.

Decía el Papa Francisco: “La vida vale la pena vivirla, a pesar de todos los desafíos, malentendidos, periodos de crisis. Ser feliz no es un destino del destino, sino un logro para quien logra viajar dentro de sí mismo. Ser feliz es dejar de sentirse víctima de los problemas y convertirse en el autor de la propia historia, atraviesas desiertos fuera de ti, pero logras encontrar un oasis en el fondo de vuestra alma. Ser feliz es dar gracias a Dios por cada mañana, por el milagro de la vida”.

Y los cristianos tenemos la misión de hacer ver lo bonita que es la vida contando con la Cruz: señal del amor incondicional que Dios nos tiene, signo que suma y aúna, bendición, camino a una nueva vida, muestra de reconciliación. Podemos ayudar a otros a llevar sus cruces y aceptar con serenidad y señorío las que la vida nos manda. Así nuestra vida arrastra, ilumina, apasiona.

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