Gaspar Melchor y la 'farlopa'
cruz conde 12
Herencias. El impuesto de Sucesiones, que hoy enfrenta a la sociedad andaluza, muestra en su filosofía un claro espíritu buitre al que se une una manifiesta falta de humanidad

H ACE ya unos cuantos años me compré los Diarios de Gaspar Melchor de Jovellanos, librito muy curioso que me entretuve en leer durante un largo trayecto en tren. El jurista y escritor gijonés, figura clave de la ilustración española, escribía allí sobre asuntos cotidianos de su vida, minucias que mezclaba no sin encanto con asuntos mucho más graves, de mayor calado, y con reflexiones sobre la España y la Europa de ese tiempo, finales del XVIII. En un pasaje, Jovellanos abordaba con detalle el asunto de las sucesiones y herencias, que, por entonces e igual que ahora, se discutía. Y decía él, reflexivo sobre la condición humana, que lo mejor para el progreso era permitir el derecho de sucesión pues pocas cosas estimulan más a los hombres a trabajar que el allanarle el camino a sus descendientes. Completaba Jovellanos su tesis -escribo de memoria pues el libro lo extravié- con una teoría muy singular en la que venía a decir que lo normal en una herencia es que a las tres generaciones esté finiquitada, por lo que la riqueza vuelve a diluirse mientras que el motor que supone para la actividad humana permitir que la gente legue a sus hijos se aprovecha en su totalidad. Visiones, como se ve, de un ilustrado de entonces que aún hoy podrían valer dentro de la guerrilla que se ha abierto entre los que defienden el impuesto de sucesiones de la Junta y los que entienden que es una especie de robo a mano armada contra la propiedad privada y el ahorro.
Porque así se está polarizando el tema, con un impuesto sí o impuesto no, debate tan viejo como el sol. El PP a un lado y el PSOE y Podemos al otro, mientras Ciudadanos se queda en un sí pero no. Las redes sociales arden y en ellas cunden las teorías. De un lado, las que dicen que la herencia debe estar libre de impuestos pues ya tributó bastante el finado y las que sostienen que todo es un movimiento de las clases pudientes para zafarse de un tributo especialmente oneroso pero que, según sus estimaciones, sólo afecta al 7% de la población, ricos a los que, por supuesto, desprecian. La discusión sobre si heredar es justo o injusto depende en fin de cómo se mire. O sea, de si uno cree en las teorías económicas liberales básicas o de si cree en el los fundamentos básicos del socialismo. Vieja discusión, cíclica, recurrente, que da para largo. Pero es que en este asunto hay otra polémica que se trata menos y que tiene que ver no tanto con el derecho a dejar sucesión sino con el decreto concreto que la Junta redactó y que afecta a no pocos andaluces, que no por ser presuntamente ricos y representar sólo un 7% se merecen que la administración los trate a puntapiés. ¿Es pues la andaluza una norma justa o injusta? Y ya les avanzo que, a mi modo de ver, es una norma no sólo injusta sino buitre, hondamente deshumanizada y muy muy mejorable sin que por ello se tenga que eliminar un impuesto que en realidad existe en casi todas las democracias liberales.
Injusta en primer lugar porque afecta a algo tan presuntamente intocable como la Constitución, que muy claramente dice (artículo 14) que TODOS LOS ESPAÑOLES somos iguales ante la ley. ¿Pero cómo pueden ser iguales ante la ley un madrileño que paga 1.500 euros por la misma herencia por la que un andaluz paga 30.000? Las cosas de la España de las autonomías, que algunas ventajas trajo pero que también llevaba con ella un veneno de ruptura e injusticias cada vez más palpable. Unificar el impuesto para todo el país sería lo razonable, aunque cualquiera le va con esa copla a unos presidentes autonómicos que se consideran virreyes con corte y corona.
La Constitución pues para empezar, aunque también hay que sumarle a este decreto andaluz otra injusticia: que el baremo de la cantidad a pagar está fundamentado en unos valores catastrales hinchados con el fin de que tal cifra se eleve. Y no sólo eso, sino que la norma también obliga al heredero, que muchas veces tiene lo justo antes de recibir la herencia, a pagar en dinero y en ningún caso con propiedades. O sea, que la Junta evita quedarse con bienes inmuebles como pago porque sabe que su valor fiscal está inflado y serían mal negocio en tiempos como estos mientras obliga a sus propietarios a malvenderlos. Método buitre, con su olor a carroña administrativa, que se completa con el hecho de que al heredero, que a menudo está bajo el shock de la muerte de un familiar, se le ponen plazos leoninos para que se decida a aceptar la herencia y pagar o a rechazarla y dejarla ir. Si esta norma no es siniestra, propia de una fiscalización ciega y anhelante de los billetes del muerto, que venga Dios y lo vea.
Pero no es sólo eso, sino que también, ya que se cobran tributos de este modo, se podría esperar de la Junta que utilizase estos fondos que le llegan con tiento y ética, y no como maná anhelado que sirva para pagar esa red clientelar que cualquier andaluz objetivo conoce. O sea, que el paganini de esta historia podrá pensar a veces que el dinero de su padre o su madre a ido a pagar becas y respirará tranquilo. Pero también podrá pensar que parte de la herencia acabó en la fundación Orgullo Trincón o en la buchaca del camello farlopero de algún alto cargo, que de todo hemos visto por aquí. Y eso mientras a la Junta se le llena la boca con la justicia social y sus palmeros laceran a esos pagadores que son los que más contribuyen al sostén de la estructura social. Cosas, en fin, de una España envidiosa, injusta, en la que el que hace la ley hace la trampa y encima se envanece y se precia como salvador de la patria, orgullo de la nación, justiciero universal.
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