García Casado pregona un mayo de calle y recuerdos

Arranque del mes grande cordobés

El poeta y director de la Filmoteca ofrece un discurso en el que recuerda su adolescencia y juventud y abre el abanico de las fiestas a todos aquellos que quieran disfrutarlas

Pablo García Casado, en un momento de su pregón. / Reportaje Gráfico: Jordi Vidal
Noelia Santos

18 de abril 2018 - 02:34

Romería y vecinos, Cata y progreso, Cruces y barrio, Patios e identidad inexplicable, Feria y diversidad. Términos que resumen una vida que se extiende por un año y que abarca solo un mes que a pesar de llamarse mayo tiene acostumbrado comenzar en abril. Ya no hay vuelta atrás, esto ya está aquí y Pablo García Casado le puso ayer un prolegómeno poeta repleto de vivencias -propias y ajenas, verídicas o imaginadas- que pretendían hacer del tradicional pregón algo distinto. "Desconozco la razón de haber sido yo la persona elegida para este acto. Supongo que la respuesta es que esperan de mí un nuevo decir, otro punto de vista", compuso el poeta tras los obligados saludos institucionales y un agradecimiento mezclado "con el entusiasmo del debutante a pesar de haber cruzado largamente la frontera de los 45".

El de García Casado fue un pregón distinto, cargado de menciones que en otro escenario con otro orador quizá habría quedado raro. Pero al escritor no le chirriaba meter a Rosendo o a Valdano en un pregón del Mayo Festivo, en unas palabras donde Séneca y Góngora tuvieron cada uno su lugar, cerca de las romerías, por donde García Casado inició un recorrido por esos días enlazados de fiesta y vino, de flores y agua, donde el descanso se vislumbra ya llegado junio.

"La cinta a todo volumen y nosotros dentro, en el coche del padre de José, mi vecino. Qué habrá sido de esa cinta, qué habrá sido de José, mi vecino, y de su padre José Antonio". El recuerdo vecinal del también director de la Filmoteca de Andalucía sobre las romerías viene de un coche, de unas deportivas J'hayber y de las ganas del primer, del segundo o del tercer amor, que puede llamarse Eva María, pero mejor que se llame Monse.

Y de las romerías a la Cata, con lluvia y tabernas de por medio, unas tabernas a las que el pregonero reconoció no haber sido muy asiduo por preferir el Código de Barras, el Swing, el Barros o el Quadrophenia. Allí no se bebía vino, recordó García Casado, porque el vino "era algo que sólo bebían los viejos" hasta que la Cata llegó para "desterrar esa imagen agria y vetusta de los caldos de Montilla".

Con el vino, y después con las Cruces, llegó la poesía. Vicente Núñez, Luis Alberto de Cuenca, Pablo García Baena. Con ellos, las flores. Con las flores, el barrio que las ofrece. "Porque una cruz crece en cualquier sitio, como la yerbabuena. No necesita contexto ni pretexto, sólo el deseo y las ganas de fiesta", recordó el pregonero, que añadió: "Hay que subirse a todas las escalas y escanciar hasta la última gota de agua de las regaderas, hasta la última gota de vino en las gargantas". Las regaderas, los Patios.

Una periodista alemana, hija de un cordobés que "siembra y resiembra gitanillas en su frío jardín de Schwaig bei Nürnberg", es quien protagoniza ese apartado especial de La Fiesta en el que pregunta a una cuidadora: "¿por qué abrís cada año las puertas de los patios de las casas?". "Qué cosas preguntas, niña", por toda respuesta.

Y el final del pregón se acercaba mientras lo hacía a su vez El Arenal. La Feria llegó al pregón como llega el final de mayo, rápido y sin tiempo de reaccionar, a pesar de ser un evento que dura y dura. Lunares, volantes, macetas y albero. Rastas, Juan XXIII, Maluma, Rincón Cubano. La Feria de la diversidad, "casi sin raíces, a pesar de ser la más antigua de Andalucía".

Pero aquí no terminó García Casado su pregón. Durante todas sus palabras dio cabida a la diversidad e introdujo un claro mensaje contra el acoso. " Vive y deja vivir, cada uno como quiere. Pero no para las mujeres anuncio, porque el cuerpo no es un objeto de negocio. Y tampoco para las banderas y las consignas, ni para los cobardes que se hacen fuertes entre la masa. Construyamos para ellos una estrecha puerta de salida", pidió el poeta.

Para acabar, un brindis. Por todos. Por los poetas. Por los cofrades. Por los peñistas. Por los policías, los autobuseros y los taxistas. Por los flamencos. Por las peluqueras. "Por la abuela que nunca se ha detenido a contar todas las macetas de su patio, pero sabe la exacta cantidad de agua para que no se sequen ni enguachinen".

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