Religión
  • Dos misioneros, de los casi 200 cordobeses que hay, relatan a 'el Día' su experiencia y trabajo en Mozambique y Berlín

Día del Domund: La Córdoba misionera en el mundo

El misionero comboniano Pablo Ostos, en Mozambique. El misionero comboniano Pablo Ostos, en Mozambique.

El misionero comboniano Pablo Ostos, en Mozambique.

Escrito por

· Lourdes Chaparro

Redactora

Se encuentran a miles de kilómetros de distancia de sus casas y lugares de origen en nombre de Dios. Son misioneros cordobeses que un buen día decidieron emprender este camino que les ha llevado a países de los cinco continentes. Según los datos aportados por la Diócesis de Córdoba, son 198 los cordobeses misioneros de la provincia, de los que 97 se encuentran en América, 73 están en algún país de la Unión Europea, 14 en Asia, 12 en África y dos en Oceanía. 

La Iglesia celebra este domingo el Día del Domund por el que reza por los misioneros, colabora con las misiones y recauda dinero para contribuir al desarrollo de numerosos proyectos. el Día ha hablado con dos de estos casi 200 misioneros cordobeses para conocer cuál es el trabajo que llevan a cabo y como se encuentran a tantos kilómetros fuera de sus casas.

Uno de ellos Pablo Ostos, aunque nació hace 54 años en Écija (Sevilla), vivió toda su vida en Córdoba, antes de descubrir su vocación misionera, que se gestó durante su etapa escolar en el colegio de La Salle de la capital cordobesa. Misionero comboniano y hermano -que no sacerdote-, tras estudiar Ingeniería Técnica Agrícola en Almendralejo (Badajoz), hizo la mili y trabajó como ingeniero durante seis años. Sin embargo, según cuenta, a los 28 años se cuestionó su vida y veía que había cierto vacío. "Me faltaba algo más y decidí llevar al centro mi fe". Tercero de ocho hermanos, dejó el trabajo y se fue a Perú un año para trabajar con niños en la calle.

Aquella fue una experiencia que le marcó eso y y descubrió que ese era "mi camino de felicidad; había recibido mucho y decidí darlo todo", anota. Por ello, decidió consagrarse a Dios "para servir al prójimo más necesitado". Así, regresó a España y entró en el Instituto Misionero, primero en Granada dos años, y luego hizo el noviciado en Portugal. Los primeros votos los hizo en Écija, en la parroquia de Santa Marina donde fue bautizado. De allí marchó a Bogotá, donde siguió estudiando tres años y donde trabajó con los indígenas en el Pacífico, justo en el limite con Ecuador. 

Tras su paso por tierras colombiana, le mandaron a la misión a Mozambique en diciembre de 2006 hasta 2010 a España hasta que en 2011 tomó los votos perpetuos en la iglesia de Capuchinos en 2011 en Córdoba. No fue hasta 2014, después de pasar de nuevo por Granada, hasta que regresó a Mozambique, en concreto a la Diócesis de Tete, que ocupa "100.000 kilómetros cuadrados, la superficie de Andalucía, pero en la que solo hay 22 sacerdotes y el resto somos misioneros que colaboramos con ellos".

Pablo Ostos se dirige a unos jóvenes de su parroquia en Mozambique. Pablo Ostos se dirige a unos jóvenes de su parroquia en Mozambique.

Pablo Ostos se dirige a unos jóvenes de su parroquia en Mozambique.

Es donde vive ahora y desde donde ha conversado con este periódico. Su trabajo se centra en la parroquia de Chirimia, un pueblo con 35.000 habitantes que está creciendo mucho. Allí, "tenemos comunidades formadas que hay que seguir formando y otras de nuevo anuncio y de acompañamiento. El desafío es grande y lo queremos hacer con los cristianos de aquí es que sean los que evangelicen", explica. 

"La parroquia está organizada en zonas y cada una tiene cuatro o cinco comunidades de zona con un responsable de zona y de comunidad y hace la celebración de la palabra porque hay comunidades en las que el sacerdote no llega", detalla. En concreto, su trabajo es formar a los laicos, catequistas, animadores, a los jóvenes en la Comisión de Justicia y Paz", entre otros. Esta comisión es de vital importancia, porque según indica el misionero, "toca realidades sociales que se viven y sufren, como el tema de la tierra".

Así, relata que "hay problemas porque hay personas a las que les interesa una zona y desarrollar proyectos de carbón o pequeños propietarios porque es una zona de riego. Trabajamos la ley de la tierra de Mozambique para que se puedan defender y evitar sus abusos". Y es que, continua, para adjudicar la tierra a alguien uno de los procesos es la consulta comunitaria para saber si está libre o ocupada, "pero con la corrupción se salta la consulta y se da el título de propietario y se siente fuerte y echa a quien cultiva la tierra". En esta línea, subraya que "si llevas más de seis o siete años en la ley se le reconoce como propietario". 

A fin de cuentas, reconoce que también en Mozambique "la corrupción es un problema grande y la idea es no tener cristianos corruptos". A pesar de llevar tantos años fuera de Córdoba, Pablo dice que no echa de menos nada, aunque también confiesa que "a veces te gustaría estar para saber cómo está la familia". En su misión pueden descansar cada tres años y aprovecha para regresar a España "durante tres mees", pero "aquí uno está en un ambiente que le gusta vive con su comunidad en familia con la gente de aquí".

Cubiertas sus necesidades básicas, el misionero también reconoce que allí por Mozambique no hay jamón, "pero hay otras delicias comidas simples y frutas que no llegan a Córdoba", como la papaya que ellos cultivan.

La pandemia, al igual que en el resto del mundo, también ha causado estragos allí y él mismo ha sufrido el coronavirus dos veces y ha tardado en recuperarse. "Este último año ha sido muy complicado y difícil, tal vez el más difícil de mi vida por el covid-19.

De misión en familia

Raquel Moyano con sus siete hijos y su marido Fran en Berlín. Raquel Moyano con sus siete hijos y su marido Fran en Berlín.

Raquel Moyano con sus siete hijos y su marido Fran en Berlín.

Y mientras Pablo Ostos está en Mozambique, Raquel Moyano, periodista, y su extensa familia -tiene siete hijos y espera el octavo, la tercera niña- vive en Berlín. Junto a su marido Fran Gracia, que es restaurador de arte, ambos pertenecen al Camino Neocatecumenal y vivían su fe en una comunidad de la parroquia de San Francisco y San Eulogio de Córdoba. Fue en 2018 cuando ella, junto a su marido, decidieron decir que sí a partir a la misión a cualquier parte del mundo. Primero, explica, "fuimos a una convivencia en Porto San Giorgio (Italia) con los responsables del Camino y allí por sorteo nos tocó venir a Berlín", que es dónde viven desde entones.

"Cuando nos levantamos como familia misionera nuestro deseo era hacer la voluntad de Dios e ir a donde Él quisiera, no teníamos nada planeado", señala. No fue hasta junio cuando llegaron a Berlín, después de que les buscaran casa, aquello "fue un auténtico milagro de Dios porque aquí es muy difícil encontrar una vivienda y más para una familia numerosa", expone.

Ahora viven en la zona norte de Berlín, pero hacen la misión en la zona del este, "que estuvo bajo la autoridad de la Unión Soviética antes de la caída del muro. Esto ha marcado mucho el carácter de la zona oriental de la ciudad, así como de la población. Es una sociedad mayormente atea, de hecho en la plaza donde hacemos la misión hay escrito en un edificio "ni Dios, ni estado, ni patriarcado". Se trata de un lugar, según cuenta, en el que "ves personas con muchos sufrimientos, mucha gente que vive en la calle, alcohólicos, locos, y por eso vamos allí, para anunciar el amor de Dios a todos los hombres". 

La vida al principio no fue fácil, puesto que ninguno de los dos tenía trabajo "y nos ayudaba económicamente nuestra comunidad de Córdoba". El idioma también era un problema, pero ahora "más o menos nos defendemos con un B1". Ambos han asistido a un curso de integración para aprender alemán "donde teníamos muchos compañeros de Siria, Turquía, Polonia, allí hemos estudiado hasta el B1 y ahora tenemos que continuar. El alemán es una lengua difícil pero es muy importante aprenderla para poder comunicarnos con los profesores, con los padres del colegio", señala.

Celebración de la Pascua en la casa de Raquel y Fran. Celebración de la Pascua en la casa de Raquel y Fran.

Celebración de la Pascua en la casa de Raquel y Fran.

Raquel confiesa que "al principio, éramos como niños que siempre teníamos que pedir ayuda de algún amigo para que nos tradujera en el médico, en el Ayuntamiento, pero ya, vamos solos. Los niños en cambio, han aprendido muy rápido el idioma, mi hijo Fran, vino con siete años y comenzó en el colegio en una clase sólo de alemanes y ya habla perfectamente, los más pequeños van entendiendo también". Ahora, pasado todos estos años su marido trabaja en DHL y Raquel está en casa con los niños.

Su estancia en Berlín no tiene, por el momento, fecha de caducidad, ya que "no sabemos cuánto tiempo querrá el Señor tenernos aquí, puede ser por unos años o para toda la vida. Estar en la misión nos ha enseñado a no proyectarnos y a vivir el día a día".

En su caso, forman parte de una misión ad gentes, esto es un grupo de varias familias de distintos países: hay otra familia de Madrid, dos familias italianas, dos alemanas, además de varios seminaristas y dos sacerdotes. "Nuestra labor es vivir aquí con nuestra familia e integrarnos y poder mostrar la belleza o nuestro caos de familia cristiana en medio de una sociedad donde impera el dinero y hay tantas familias desestructuradas. También los fines de semana vamos a una plaza donde rezamos, ofrecemos nuestro testimonio y anunciamos a Jesucristo", explica.

Si algo ha sido difícil para esta familia misionera ha sido dejar a la familia, a su comunidad, sus amigos y el trabajo. Pero Raquel recuerda que el Evangelio dice: "Si alguno no deja padres, hijos,... por mí no es digno de mí. Así lo hemos vivido, queriendo poner a Dios lo primero en nuestra vida. Siempre echamos mucho de menos nuestra familia, nuestra ciudad, la comida, todo, pero gracias a Dios, estamos cerca, y podemos venir de visita en vacaciones de verano".

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