Concierto de Año Nuevo | Crítica

De Austria a Venezuela

Un momento del concierto.

Un momento del concierto. / Orquesta de Córdoba

Veo en Google que hay siete maneras no muy caras de viajar desde Austria a Venezuela. Ninguna la cambio por la experiencia de fiesta, humor y arte que nos brindaron ayer los artistas reunidos en torno a la Orquesta de Córdoba. Y la verdad es que se trató de eso, de un viaje: un ejemplo más de las idas y las vueltas con que bailes, sones, músicos e instrumentos van tejiendo la Historia de la Música.

Desde antes de que fueran compuestos los maravillosos valses y polkas vieneses de la primera parte del concierto (también ellos, producto de mestizajes diversos), esos bailes se habían hecho criollos, chilotes, ecuatorianos, peruanos y, cómo no, venezolanos, dando lugar a variantes propias de cada zona y a formas nuevas, como el joropo.

De eso trataría la segunda parte de este memorable Concierto de Año Nuevo. La primera, impecablemente interpretada, nos sirvió para evocar aquellos conciertos análogos de la época en que el venezolano Manuel Hernández-Silva fue titular de la Orquesta de Córdoba; y para empezar a asomarnos al humor verbal (estupenda introducción del director al Danubio azul) y musical (la polka Sin preocupaciones de Josef Strauss), que camparía a sus anchas en la segunda parte de la velada.

Esta comenzó con el tercer movimiento del Concierto de otoño para trompeta y orquesta del mexicano Arturo Márquez (1950). Se trata de una divertida y virtuosística conga, compuesta según su autor en homenaje a Pacho Flores “con el corazón en Rafael Méndez, Joseph Haydn y Federico Chopin”. El trompetista venezolano, magistralmente acompañado por la Orquesta de Córdoba, la bordó; e incluso desarrolló más los elementos humorísticos que suele ofrecer en la cadencia final, añadiendo un besito guasón lanzado al director a través de su instrumento.

El humor venezolano (o quizás todas las formas de humor) tiene mucho de desmitificación. Ese juego de ofrecer algo excelso e incluir a continuación o simultáneamente una parodia sorpresa de la maravilla que acaba de ocurrir fue la clave de todo el concierto. Y le iba como anillo al dedo al espectáculo.

El Vals venezolano Morocota, fue compuesto en 2018 (fecha de las cuatro obras de la segunda parte) por Pacho Flores (1981) y dedicado a su madre en recuerdo de los tiempos, dijo, “en que éramos felices y no lo sabíamos”. La morocota era una valiosa moneda de oro estadounidense que circuló en Venezuela a principios del siglo pasado. Y morocota se llamaban cariñosamente Pacho Flores y su madre, de nombre Miguelita, me pareció escuchar. La obra, en la línea de los elegantes valses venezolanos de Antonio Lauro (1917-1986), es una delicia.

El samba Labios vermelhos, también de Pacho Flores, fue otro momento memorable del concierto. Contó con la sorpresa de la improvisación de Igmar Alderete, violín primero de la orquesta y también compositor (autor de un extraordinario concierto para trompeta, por cierto), momento muy celebrado por el público.

La apoteosis de la fiesta llegó con la última obra de Pacho Flores, dedicada en este caso a su padre. Cantos y revueltas es una fantasía concertante compuesta para trompeta, cuatro venezolano y orquesta inspirada en cantos y bailes de su país.

Si todo hasta el momento había ido de idas y vueltas, ahora la cosa se elevaba exponencialmente con idas (de olla) y revueltas (de tuerca) a cuál más divertida. A las trompetas de Pacho Flores se unió el cuatro venezolano de otro virtuoso extraordinario, Leo Rondón.

La obra comienza y termina con admirables episodios sinfónicos llenos de poesía y técnica compositiva. Dentro se escuchan los cantos de trabajo del campo venezolano, que el autor conoció con su padre, las revueltas (variante del joropo emparentada también con el fandango) de los arpistas populares, fugas… Al final, un andante reflexivo, en el que el autor le dice a su padre que vuele alto y que algún día se encontrarán.

Cuando escribo “cuatro venezolano” Word me corrige la expresión con “cuatro venezolanos”. Se ve que o no conoce el instrumento o bien se equivoca contando venezolanos, ya que quien tocó las maracas en una de las cadencias fue el mismo director, Manuel Hernández-Silva, quien también, por cierto, tañería el cuatro en la propina a tres, en la que Leo Rondón tocó el contrabajo. Otra maravilla.

¿No hubo Marcha Radetzky? ¡Claro que sí! Sonó también dentro de uno de los pasajes de locura de Cantos y revueltas. Creo que nunca he visto tantas sonrisas alegrar las caras del público. Estoy por volver esta noche.

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