Samsara | Crítica

El viaje de la reencarnación

Una imagen del filme de Lois Patiño.

Una imagen del filme de Lois Patiño.

No exageramos si decimos que Samsara ofrece una de las experiencias más radicales del cine de 2023 en su disfrute en una sala. No en vano, el filme se parte en dos mediante un avisado y largo tramo experimental que deja primero la pantalla en negro para transitar luego, acompasada por un extraordinario trabajo sonoro repleto de capas superpuestas, por distintos planos y colores estroboscópicos que buscan traducir el concepto de la reencarnación budista y la trasmutación del alma de una anciana fallecida en una aldea rural.

Ese tramo, en el que resuena aquel lisérgico viaje astral de 2001 de Kubrick, separa y materializa de forma explícita el propósito de Lois Patiño (Costa da Morte, Lúa vermella) en su tercer largometraje ya lejos de la casa gallega y ahora en sintonía con los temas y modos de maestros contemporáneos como Apitchapong Weerasethakul: invitar y acompañar al espectador a ese viaje sensorial e inmaterial entre los cuerpos y los espacios físicos.

El primero de ellos, ambientado en los alrededores de un templo budista en Laos, esboza un pequeño relato ficcional anclado en los contornos del documental y las texturas y colores analógicos del 16mm: un monje novicio y un joven local descubren el hermoso paisaje de la zona sobre el que superponen los sueños y las premoniciones. En el segundo, ya en la costa de Tanzania, el alma de aquella anciana ha tomado la forma de una cabrilla que también se convierte en la guía y el pretexto fabulador en un paisaje no menos trascendental donde las mujeres se dedican a la recolección de algas para fabricar jabón y donde se escuchan nuevas leyendas sobre ritos funerarios y ciclos de reencarnación.