La fortaleza | Crítica

Últimas voluntades

Una imagen de la comedia grotesca de Chiqui Carabante.

Una imagen de la comedia grotesca de Chiqui Carabante.

Cinco hijos acuden a la casa palaciega del padre en medio del secarral mesetario tras conocer la noticia de su muerte. Cada uno pasa por su particular crisis personal y a todos les viene bien recibir la herencia. El problema es que para ejecutarla han de pasar antes por una serie de pruebas que el padre ha dejado encomendadas a través de la figura de un esperpéntico notario.

El tercer largo del malagueño Chiqui Carabante (Carlos contra el mundo, 12+1) asume el encierro y el grupo de personajes a la gresca como fórmula económica para un particular teatro del absurdo que da rienda a la caricatura, lo grotesco y el histrión como tono sobre el que cimentar su mirada satírica hacia la institución familiar y su legado empobrecido que convierte en niños pequeños en regresión a esos cinco hermanos fracasados sobre los que aún planea la sombra de un padre autoritario dispuesto a ponerlos a prueba hasta el último momento.

En sus limitados elementos dramáticos y su escaso vuelo metafórico, La fortaleza no consigue empero que nada brille o moleste demasiado en su monótona estructura espacio-temporal, en su juego del gato y el ratón o en su cluedo de pruebas, traiciones y misterios siempre aplanados por unos diálogos poco afilados, una puesta en escena funcional, un discutible sentido del suspense y un cierto descontrol interpretativo que no termina de ajustar las prestaciones de Cayo, Poga, Sanz, Toledo, Nieto o Tejero alrededor de ese espectro viviente que encarna el veterano Manuel Zarzo.