El cuco | Crítica

El intercambio del diablo

Belén Cuesta y Jorge Suquet en una imagen del filme.

Belén Cuesta y Jorge Suquet en una imagen del filme.

Sólo cabe tomarse con mucho humor una película como El cuco. El problema es que ella misma se empeña tozudamente en lo contrario hasta prácticamente sus últimos minutos, cuando Mar Targarona (Secuestro, Dos) asume ya sin coartadas, tal vez consciente del desastre que ha tenido entre manos, que ha estado siempre en el tono y el modo equivocados.

Hasta entonces, su inquietante premisa, a saber, un intercambio de vivienda entre una pareja liberal barcelonesa en espera de un hijo y el pintoresco matrimonio alemán con una casa de diseño en la Selva Negra devenido en sesión de posesión en la distancia, se ha tomado demasiado en serio sus claves de género, con evidentes reminiscencias a aquella Semilla del diablo de Polanski, para llevarlas al límite de la verosimilitud en un guion, un montaje paralelo y una puesta en escena sin sentido del desmadre (que pedía a gritos) que no pasarían la prueba del algodón de un productor mínimamente exigente.

Pero qué más da, arrastrada a su propia e inexistente lógica del terror diabólico-maternal con la crisis de la pareja como tema de fondo, al filme sólo le queda ya precipitarse hacia su propio esperpento involuntario para festejar ya casi a los postres que una minipimer averiada pueda solucionar el complejo de nariz de una Belén Cuesta que, entre ridículo y ridículo, nos enseña al menos algunos secretos de su anatomía.