Desde la ribera

Luis J. Pérez-Bustamante

vender Córdoba

PASEE usted hoy por Córdoba. Transite por la Judería y dese un salto al Patio de los Naranjos. Busque un lugar en el que comer en el entorno de la Ribera. Siéntese en una terraza a disfrutar del sol y del frío prenavideño. Cuando lo haga, mire a su alrededor con atención, escuche los sonidos de la calle, preste atención a las conversaciones de los cientos de turistas que se agolparán para entrar en la Mezquita, para comer una tortilla en el Santos, para conocer los jardines del Alcázar o para perderse callejeando en busca de la Sinagoga. Disfrute del momento, de esas personas de fuera que alaban esta ciudad, que destacan la limpieza del Casco Histórico, que se maravillan ante el ingente patrimonio que desborda sus miradas. Y créaselo. Hablan de Córdoba. Sí, de esta ciudad. Estarán a buen seguro estupefactos ante la contemplación de una urbe que es mucho más de lo que les habían contado cuando prepararon el viaje. Esa es Córdoba, una ciudad que nunca deja de sorprender, que maravilla a los visitantes y que camina hacia un récord histórico de turistas que cuando vuelven a sus casas ejercen de pregoneros de esta villa. Lo dicho, disfrute de sus palabras, que ya llegará el martes. Porque cuando llegue el martes, quienes deben ejercer de mensajeros de nuestras excelencias volverán a salir a la palestra a pelearse por un sillón, una palabra o una foto. Así de claro, así de duro y así de descarnado.

Así lo dejaron de manifiesto el pasado jueves unos pocos empresarios dedicados a vender esta ciudad allende nuestras fronteras en un acto que -perdón por la inmodestia- organizó este periódico en la Diputación. Allí, los profesionales que se dedican a traer personas a esta ciudad, a llenar los hoteles, las tabernas, los restaurantes y los monumentos, volvieron a clamar en el desierto en busca de un acuerdo; de la unidad necesaria para hacer las cosas bien; de un plan estratégico que tenga menos de plan y más de estratégico; de una reunión de intereses en la que todos salgamos ganando; del fin del yoísmo imperante para que triunfe el nosotros; de la introducción de un lenguaje de diálogo y cooperación entre las administraciones y los agentes sociales, de la implementación, en definitiva, de un sistema que nos sirva a todos y del que todos salgamos beneficiados.

Porque Córdoba debe vender su marca. Estamos ante un momento clave, cargados de infraestructuras, explotadas y por explotar, que nos pueden situar en el mapa de una economía, la de los congresos, que no tiene más que ventajas y cuya música suena a caja registradora. Organizadores de congresos, profesionales de la joyería, la Universidad, el periodismo, empresarios de todo tipo y condición reclaman a gritos el fin de este ruido insoportable que hace que nos perdamos en la lucha por sillones apolillados mientras dejamos pasar los barcos del oro camino de otras ciudades. Gentes de toda ralea que reclaman a los políticos que se sienten y tracen un plan para esta ciudad; un plan duradero que supere los vaivenes electorales, un plan que traiga pan y trabajo a una Córdoba devastada por el paro. Y si luego alguien quiere hacerse una foto que se la pida a un turista. Pero que no joda más.

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