Málaga-córdoba · el otro partido

El blues del autobús

  • Los numerosos seguidores, que se dieron cita en La Rosaleda para ver el duelo del CCF, se van desencantados y hartos de la actitud de algunos jugadores que se creen más que el club.

Otra vez caras largas y música de blues en el autobús para el viaje de vuelta. Otra vez la sensación de que nada sale según lo previsto, de que alguien se está encargando de minar de obstáculos un camino que durante un tiempo pareció despejado. Eso queda ya muy lejos. Ahora toca sufrir y sufrir, como si no hubiera un mañana. Aguantar sin aspavientos los reproches de una hinchada harta, que cambia los aplausos del partido por la bronca cuando el árbitro pita el final. Hastío por lo que está viendo, hartazgo por el cambio ansiado que sigue sin aparecer y por la actitud de algunos jugadores, que se creen más que un club que tiene más historia y fútbol que el que ellos podrán acumular en una carrera que va camino de propiciarles su primera gran mancha.

Y eso que la afición cordobesista sabe como pocas transformar la tristeza y la melancolía en fe e ilusión. Es algo difícil de explicar, pero cuando más complicadas están las cosas, cuando nadie se atrevería a dar un duro por un cambio a mejor, los fieles blanquiverdes tiran de orgullo para agarrarse a ese asidero que casi nadie ve con el fin único de poder rescatar a los suyos. Es un valor que permanece inalterable sea cual sea la situación del club, sea cual sea la categoría en la que se mueve, sean cuales sean las personas que en cada momento lo conducen hacia el bien o el mal.

Es por eso que aprovechando el buen tiempo, muchos cogieron sus bártulos y tiraron para Málaga, una de las paradas obligadas cuando se conoció el calendario y que más de uno trató de aparcar con la acumulación de derrotas. No pudo. El sentimiento puede más que la razón en muchas ocasiones. Y aunque el propósito fuera pasar un día en la costa, degustar los primeros espetos del año, disfrutar de una ciudad adaptada a la élite -ay si otras pudieran decir lo mismo...- y cambiar de aires, conforme se acercaba el partido las sensaciones ya cambiaban. Era la hora de rugir, de mostrar con valentía los colores blanquiverdes por las calles, de volver a dejarse la garganta y la piel para marcar el camino al equipo.

La Rosaleda esperaba, con el primer partido de la temporada en el horario tradicionalmente futbolero -y taurino-, ese que hace las sobremesas del domingo más cortas. El goteo de cordobesistas, los llegados en el día y los que venían de pasar la noche en las siempre cordobesas Torre del Mar, Torrox, Fuengirola, Benalmádena o Torremolinos, empezó a dejarse notar por los aledaños del estadio. Al final, entre todos encerraron la tribuna. En la esquina del fondo sur, los que adquirieron su entrada al precio fijado de 35 euros; en el córner contrario, el del fondo norte, los que fueron más previsores y aprovecharon la oferta de un portal web para comprarlas a menos de la mitad. Como el juego en sí, esto es para listos.

Unos y otros volvieron a contagiarse de ese virus que acapara parte de sus vidas. Otra vez fútbol. Otra vez caer en el pecado que cada semana acecha, aunque la razón trate de dejarlo en un segundo plano para evitar disgustos. Y otra vez toca esperar que aparezca lo bueno, que merezca un día la pena el viaje por algo más que porque la grada rival cante "Córdoba, Córdoba" en mitad de su fiesta tras hacer la ola o porque haya comunión con ella para acordarse de la vecina Sevilla, que nada tiene que ver en esta historia, que en la vuelta pueda sonar el rock&roll en lugar del blues que lleva retumbando ya demasiado tiempo. Ahora es tiempo de tristeza y melancolía, soñando que aún haya tiempo de dar rienda suelta a la alegría...

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