Córdoba - Getafe · la crónica

Una estocada mortal (1-2)

  • Un autogol de Fede Vico a tres minutos del 90 hunde a un Córdoba que termina cayendo en el descuento. Los blanquiverdes, que llevan siete derrotas seguidas, ven la salvación a siete puntos.

El tren de la permanencia quizás hiciera ayer su última parada en los llanos de El Arenal. Y el Córdoba no pudo cogerlo. Se quedó a las puertas de subirse, pero acabó cayendo como sólo caen los equipos que están condenados, esos que sólo están a la espera de que alguien firme su acta de defunción. Un autogol de Fede Vico a tres minutos del 90 dejó sin respuesta al conjunto de Djukic, que terminó derrumbándose con otro tanto, ya en el alargue, que dejaron en nada el inicial de Florin Andone. Son ya siete derrotas consecutivas, ocho jornadas sin ganar, y la salvación aparece a siete puntos cuando quedan 36 por jugar. Las matemáticas dicen que es posible, abren una ventana hacia al optimismo que las sensaciones se encargan de cerrar de par en par. Pensar que un equipo que apenas suma tres triunfos cuando se han consumido ya dos tercios del campeonato puede conseguir ahora hacer suyos más de la mitad de los partidos que restan sólo queda en manos de lo divino. 

El golpe de ayer fue durísimo. Una prueba más para comprobar la fortaleza del grupo, que desde hoy debe levantarse para, al menos, tratar de terminar la competición con la cabeza alta, con la mayor honra posible. Ya queda claro que no se puede mirar más allá del próximo partido. Pensar a largo plazo es una auténtica locura. Y si luego suena la flauta... Pero mejor empezar a ir haciéndose el cuerpo. El primero Miroslav Djukic, el jefe de un vestuario que habrá que ver si sigue dirigiendo a partir de hoy. Anoche, aún en caliente, nadie en el club abría la opción de su destitución, pero a ver qué ocurre hoy, cuando todo se digiera. Está claro que su trabajo es indudable, y que su entrega ha calado en las altas esferas. Pero tan claro es eso como que la entidad tiene que tomar una decisión ya: o muere con el serbio hasta el final de temporada o pega un nuevo volantazo de forma inmediata. Y, que quede claro, que el relevo no va a garantizar nada, quizás lo contrario, porque el problema está en otros lados, no en el banquillo. 

Eso no quita que ante el Getafe el enésimo experimento del balcánico no funcionara tampoco. La idea de incrustar a Zuculini entre los centrales para facilitar la salida del balón y adelantar a Ekeng para maniatar la zona de creación azulona fue un fiasco. El Córdoba quedó muy partido desde el inicio, lo que le obligaba a abusar del pelotazo y vivir de las arrancadas de Ghilas, Bebé o Cartabia, a los que todavía nadie les ha explicado que es mucho más fácil alcanzar los objetivos jugando para el colectivo que haciendo la guerra por su cuenta. Con todo, después de un primer susto de Juan Rodríguez que ya dejó entrever que el conjunto madrileño tenía muy claro qué quería hacer y cómo, Ghilas apareció dos veces de manera casi consecutiva, pero sin encontrar el marco de Guaita. El meta visitante no tuvo un susto, todo lo contrario que Saizar, que reflejó mejor que nadie los nervios que atenazan a este CCF en estos momentos. Tras atajar una media volea de Diego Castro en dos tiempos, luego volvió a dejar a los pies del atacante un balón franco que trasladó a la grada ese runrún. 

Al Córdoba le costaba un mundo hilvanar dos pases, salvo en campo propio por ese juego horizontal de Zuculini que aportaba entre poco y nada. Porque ni siquiera daba tranquilidad. Todo la pausa que le sobraba al Getafe, sobre todo cuando el balón caía en los pies de Pedro León. Los madrileños daban más sensación de peligro cada vez que tenían la posesión, aunque a decir verdad tampoco se acercaron mucho. Esa incapacidad de ambos para llegar al área contraria convirtió el choque en un tostón de dimensiones siderales. Más aún cuando no había ni la más mínima señal de esa garra y esa ansia de ganar que debía tener un cuadro local obligado a reaccionar. Un equipo sin ideas, agarrado a la imaginación de alguno de sus teóricos cracks que, dicho sea de paso, lleva ya un mundo sin aparecer. La muestra inequívoca de esa frustración máxima fue un latigazo de Bebé desde 40 metros que pegó en Ghilas cuando el argelino buscaba el desmarque. Nadie supo bien a qué había venido ese disparo del portugués; posiblemente, ni él mismo. 

Dentro del sopor, ni la grada apretaba. Sólo se contagió algo con una nueva aparición de Ghilas, que no supo dar respuesta a un pase largo de Ekeng con Guaita a media salida, al que dio continuidad Fede Cartabia con un zurdazo que no encontró la escuadra. Fue de lo poco que se le vio al argentino, y eso ya era mala señal. No estaba. Y Crespo se percató cuando no siguió en un saque de banda a Pedro León, que asustó con un derechazo ajustado al palo; el central se tiró hacia él y le abroncó, sin que el zurdo se diera por aludido. Poco más hizo ya antes de ser sustituido ya en la segunda mitad, aunque aún antes del descanso, Borja García y, fundamentalmente, Campabadal, volvieron a intentarlo sin suerte. 

Tras el intermedio, la ambición que se esperaba en el Córdoba siguió sin aparecer, a pesar de dos nuevos intentos de Ghilas. Así que la grada empezó a pedir a los diez minutos a Florin. Sí, un jugador que hace unos meses estaba en el filial, y al que la afición ya tiene como héroe salvador. Ese era el triste panorama dentro de un equipo al que han llegado futbolistas cedidos de algunos de los mejores clubes del mundo, y de los que no hay señal alguna. Al final, como otras tantas veces, el público soberano tuvo razón y después de que Djukic decidiera tirar del rumano, el partido empezó a cambiar. La grada se enganchó y el ariete no tardó en crear la primera, aunque no supo rematar ante Guaita. Poco después, tras un intento de Ghilas y la salida del campo de Bebé, Andone abrió el marcador tras una buena jugada personal. El Arcángel enloqueció. El billete para seguir con vida estaba imprimiéndose en la máquina, pero había que recogerlo. Aunque nadie esperaba un final tan cruel. Cuando el partido agonizaba, primero un autogol dejó grogui a un grupo que ya pedía a gritos el pitido del árbitro porque nada bueno podía pasar. Y así fue. El segundo fue un mazazo definitivo, que empezó a vaciar el estadio y sacar la ira y la rabia de los seguidores. Esto se acaba. Más pronto de lo imaginado. Ahora es el momento de morir por el escudo y ya luego habrá tiempo de pedir cuentas, no sólo a uno, sino a unos pocos.

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