Cordobeses en la historia

La alegre sirvienta a quien un infante tornó en vizcondesa

  • María del Carmen Felisa Giménez Flores fue pobre de cuna y, yaciendo en nobles camas, alcanzó riqueza y vizcondado, haciendo de su vida todo un cuento de hadas para adultos.

A mediados del siglo XIX el sanroqueño José Giménez coincidió en Gibraltar con María de la Sierra Flores y, aunque el nombre de aquella muchacha y empleada doméstica tiene reminiscencias egabrenses, no se sabe la razón por la cual fijaron su residencia en aquella ciudad de la Subbética, donde nacería su hija Carmen un 21 de febrero de 1867. La niña, dotada de una belleza excepcional, heredó la pobreza y el oficio de su madre, según cuentan las páginas de El mausoleo de la Vizcondesa de Termens de Cabra, el exhaustivo estudio que Salvador Guzmán Moral realiza en torno a su panteón, esculpido por Benlliure.

Desde el lugar de su primer llanto al de su eterno descanso, media la misma distancia que entre la sirvienta que salió de Cabra y la dama que regresó, con título de Vizcondesa y una considerable fortuna. La primera, conocida con el sobrenombre de Carmela La Sanroqueña, marchó a servir a Madrid y, con apenas 20 años comenzó el ascenso hacia el vizcondado, gracias a un carácter y una vida que el mismísimo Juan Valera deseó para un personaje. El artífice y mecenas de la meteórica carrera fue Antonio de Orleáns, Duque de Galliera, primo y doblemente cuñado de Alfonso XII, al ser hermano de la reina Mercedes y esposo de Eulalia de Borbón, de quien obtuvo el infantado.

Del matrimonio, que se tambaleó desde sus pilares, sobrevivieron dos hijos. En 1893 apareció Carmela, y Eulalia confesaría en su biografía sentirse "en la situación comprometida, difícil y molesta de una casada sin marido". Y es que, La Sanroqueña, conocida en la corte como La Infantona, paseó por las ciudades de Europa con su "noble" amante durante más de 20 años. Eso y la secreta debilidad de Eulalia por un tal Jametel, precipitaron el primer divorcio de la nobleza contemporánea. Lograda la separación, Carmela quiso un título nobiliario y Antonio obtuvo el que Felipe IV había concedido a un conde fallecido, tras costear también un árbol genealógico, de dudosa credibilidad, en donde el apellido de dicho conde, Brito, coincidía con el de la abuela gaditana. Alfonso XIII le concedía el título de Vizcondesa de Termens, Eulalia de Borbón ponía el grito en el cielo y La Infantona piso en París, palacetes y haciendas en Cádiz y casas en Cabra. Durante casi un tercio de siglo, los llenó de joyas, obras de arte y otros objetos de valor.

Coincide Guzmán Moral con los biógrafos del Infante en que fue 1917 el año de la ruptura. Los hijos de Antonio y Eulalia "especialmente Alfonso", reclamaron legalmente al Rey "al menos parte del patrimonio dilapidado por el duque de Galliera". Cuenta el mismo autor que en marzo de 1919, Alfonso solicitaba le retirase la tutela del resto de los bienes familiares, transcribiendo una carta en la que reclama "las joyas de mi abuela -Isabel II- que según mama están indebidamente en manos de Carmela, así como si son validas varias sesiones hechas a Carmela de terrenos en Sanlúcar".

Se trata, posiblemente y entre otros, del palacete (hoy restaurante) que Antonio de Orleáns construyó para ella en aquel pueblo gaditano, conocido por la Casa de la Infantona y derribado en los años sesenta. Situada en la plaza principal, la del Cabildo, fue famosa por su parecido arquitectónico con la Alhambra, por la réplica nazarí del patio y por su valioso fondo patrimonial. Parte de él, que el investigador estima en casi diez millones de pesetas, se transcribe en su obra precedido de estas palabras del Infante: "Cosas que se ha llevado la Vizcondesa de Termens durante el tiempo que ha estado conmigo". En el listado aparecen cuadros de Goya o el Greco, fincas en Sanlúcar, joyas, muebles, grandes cantidades de dinero en metálico, algún inmueble en París, el coste de su árbol genealógico y su título o el mausoleo que guarda sus restos en Cabra.

El litigio prosperó a favor de los hijos del Infante y Carmen hubo de devolver algún "obsequio"; si bien, estima su biógrafo, "había acumulado un importante patrimonio en inmuebles y, sobre todo, en valores monetarios y bursátiles depositados en bancos extranjeros…". Parte de aquella fortuna la invirtió en equilibrar su vida y su imagen con la filantropía.

En 1912 donó un manto a la Virgen de la Sierra y reparó igualmente el camerino; levantó en 1930 la Fundación Escolar Termens, y fue nombrada 'Hermano' Mayor de la Cofradía de las Angustias de Cabra, cuyo trono costeó; colaboró con el asilo de San Rafael de Córdoba y fue su último proyecto la construcción de las casas baratas para pobres en del barrio de la Villa de Cabra. En Béjar, donde tiene calle y título de hija adoptiva, levantó un santuario.

En el verano de 1921 casó con Luis Gómez de Villavedón, un comandante laureado en la guerra contra Abd el-Krim en Marruecos, que se suicidó de un disparo 5 años después. Ella se recluyó, quizá respondiendo a sus convicciones religioso-católicas, y se volcó en salvar su alma, a base de caridad, oraciones y purga de unos pecados que los pobres olvidaron, pero nunca la alta sociedad. Murió un 3 de enero de 1938 en su casa de Cabra a consecuencia de una uremia. Ocho años antes, el Infante había entregado su alma a Dios o al Diablo, en la más absoluta indigencia.

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