Córdoba

Una vida para dos (I)

  • Tras 15 años de tratamiento, en octubre de 2010, Consuelo Mantas decidió donar uno de sus riñones para salvar la vida de su marido, Juan.

El destino los unió cuando aún eran muy jóvenes, la Iglesia acogió su enlace y el pasado diciembre, después de 17 años de matrimonio, se produjo la mayor muestra de amor posible, mayor incluso que la concepción de sus dos hijas. Consuelo Mantas le ha salvado la vida a su marido, Juan Antonio Herencia, gracias a la donación de uno de sus riñones y le ha privado de pasarse el resto de sus días enganchado a la máquina de diálisis. Su gesto va más allá de la solidaridad de quienes deciden que, tras morir, los familiares autoricen el aprovechamiento de todos los órganos posibles también para salvar otras vidas. Ella lo ha hecho en vida, algo heroico y que sucede en contadas ocasiones -sólo hubo tres casos en el Hospital Reina Sofía en 2011-. En Villa del Río se ha gestado la historia, en el seno de una familia con una vida aparentemente normal, preocupada como tantas por esos problemas que azotan a la sociedad y hasta ahora refugiada en el calmo anonimato. Él, que cumplirá 42 años el próximo 29 de junio, y ella, de 37, son los protagonistas de un hecho que puede -y habría de- servir como lección a quienes aún creen que estas aventuras sólo son parte de la ficción y que ha enternecido al personal sanitario que ha participado en el trasplante, que se registró el pasado 14 de diciembre en el quirófano 8 del Hospital Reina Sofía.  Juan lo entiende ahora como el día en el que volvió a nacer.

Consuelo y Juan repasaban el pasado verano, cuando El Día comenzó a elaborar esta serie de reportajes, decenas de informes y pruebas y tiraban de memoria para recordar todo aquello que les condujo a optar por el trasplante de vivo. Tienen almacenados en carpetas y cajones documentos que ayudan a repasar la intensidad con la que esta familia ha vivido la última década y media. Su complicidad es tal que hasta son capaces de pensar y dibujar la realidad como si fueran una sola unidad. Reconstruyen situaciones imposibles de rehacer sólo por uno mismo, muy lógico si se tiene en cuenta que llevan 21 años compartiéndolo todo y casi 17 casados, y que "jamás" han pasado una noche lejos el uno del otro. A ellos les basta una mirada o un gesto para adivinar lo que el otro no se atreve a decir. Su complementariedad es, quizás, lo que les ha podido ayudar a dar este paso adelante tan trascendental como valiente y no exento de riesgos. "Nos conocimos por medio de una amiga y de la cuñada de Juan cuando fuimos a su casa, en la calle Pescadería, para ver a su hijo recién nacido", detalla Consuelo sobre ese primer encuentro.

Esta pareja de Villa del Río contrajo matrimonio en 1996 y poco después de darse el sí quiero fue cuando comenzó su particular calvario. Han pasado 15 años desde que los riñones de Juan empezaron a dar problemas y a advertir que algún día fallarían del todo. "Juan enfermó y le diagnosticaron un pólipo; en su casa nadie sabía que podía tener problemas", explicaba hace sólo unos meses mientras su marido -cabizbajo y preocupado- se limitaba a asentir al relato de su mujer y, en contadas ocasiones, a levantar su mirada hacia el vacío. La vida cambió entonces. Los médicos de Urgencias de Montoro lo trasladaron a la consulta del urólogo, el doctor Juan Carlos Regueiro, quien poco después hizo lo propio pero en dirección al Servicio de Nefrología del Hospital Reina Sofía al entender que el problema radicaba en la masa del riñón.

La familia Herencia Mantas vivió 11 años de tranquilidad, sin complicaciones que despertaran las alarmas, hasta que en el mes de agosto de 2007, en plenas vacaciones y en un Villa del Río de intenso calor, con promedios de 40 grados diarios, otro episodio crítico volvió a advertir a la familia Herencia Mantas. El mismo hogar que hoy es una coqueta y confortable vivienda era en aquel momento una casa patas arriba. La familia había crecido, sus hijas sumaban ocho y cuatro años, y Juan y Consuelo eran conscientes de que la reforma del inmueble, que entonces llevaban a cabo, era más una "necesidad" que un capricho. "Vivíamos cerca, en casa de mis padres, con mi hermano Juan Pedro", matiza ella. En uno de esos días de agosto y en plena obra Juan empezó a sentirse mal y su fiebre avivó la preocupación. Consuelo entendió que esos grados de más podrían estar relacionados con los problemas renales que arrastraba su marido. Él, por el contrario, culpó al ventilador, causante, en su opinión, de una gripe, poco común en pleno verano.

Juan acabó, primero, en la unidad de Urgencias de Montoro, y esa misma tarde en el Hospital Reina Sofía. El problema había ido a mayores. No cabía ninguna duda. "Si no llega a ser porque les dije que Juan sufría una poliquistosis renal, seguramente nos habrían mandado a casa", detalla Consuelo. Su paso por Urgencias del complejo cordobés acabó en el ingreso de Juan y en la posterior extirpación del riñón izquierdo, todo ello en el plazo de dos meses -entre el 5 de agosto y el 6 de septiembre-. Esta intervención les dio tres años de tranquilidad. El riñón derecho respondía y, aunque con el temor de que se volviera a repetir un episodio crítico y reapareciera el problema, se llegó a pensar en que al final del túnel había luz.

Esa sensación de normalidad se vio interrumpida en octubre de 2010 cuando el único riñón de Juan también empezó a fallar. No había más opciones que la diálisis o el trasplante, pues los niveles de creatinina se habían disparado y había empeorado su estado de salud. "No estoy para diálisis", repetía una vez y otra vez Juan, que no quería reconocer el empeoramiento de su riñón derecho. La diálisis era inevitable.  El día 5 de ese mismo mes de octubre es otra de las fechas que Consuelo tiene grabada a fuego y remarcada en intenso amarillo fosforito en las hojas del calendario. Una nefróloga, la doctora Sagrario Soriano, fue la primera que planteó la posibilidad del trasplante de vivo, siempre y cuando el donante perteneciera al mismo grupo sanguíneo que Juan.

Consuelo, siempre a espaldas de Juan, busca y rebusca en toda la casa en busca de una pista que le diera a conocer el grupo de Juan. Finalmente, en el cartón del servicio militar lee que Juan era B+, casualmente el mismo que ella. Ella entendió entonces que su riñón podía salvar la vida a su marido. Tuvo que pasar algún tiempo para que ella lograra convencerlo de que estaba dispuesta y absolutamente decidida, que ese era el final del callejón en el que llevaban inmersos tantísimos años. "Si estás malo, que sepas que lo estamos todos, tus hijas y yo". Ésta fue la convincente frase que hizo a Juan abandonar el discurso del "prefiero ser el único enfermo de la casa, pero que no le pase nada a mi mujer".

El nuevo sí quiero de Juan y Consuelo dibujó un nuevo panorama, más esperanzador pero, a su vez, repleto de trámites y pruebas. Hubo momentos de desaliento y de ganas de volver a sonreír y abrazar la vida. "He pasado por el psicólogo, cardiólogo, y ginecólogo, entre otros, y me he sometido a ecografías de todo tipo", evoca la esposa de Juan meses antes de pasar por el quirófano 8 del Reina Sofía. Entre octubre de 2010 y diciembre de 2011, Consuelo y Juan han vivido pendientes del teléfono, pasado muchas noches en vela, viajado a la capital para dar nuevos pasos dirigidos al trasplante, pero siempre con esa claridad intacta de compartir hasta límites que jamás imaginaron cuando decidieron unir sus vidas. "Sólo quiero que se ponga bueno", ha repetido ella miles de veces.

Mañana. Segundo capítulo: En sus manos.

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