En las imágenes que se conocen, los depósitos se muestran oscuros, amplios, monumentales, como una puerta que de pronto se abre a un pasado intacto y no tan lejano en que Belmez era una de las locomotoras del desarrollo del Sur de España. A finales del siglo XIX, en la localidad del Alto Guadiato vivían 2.000 vecinos -ahora son unos 2.900-. "Una de las principales preocupaciones de las grandes compañías mineras durante el siglo XIX era suministrarse de agua suficiente para que pudieran funcionar las máquinas de vapor que utilizaban en minas, fábricas, talleres y locomotoras. En 1882, por falta de agua la propia compañía de Andaluces tuvo que parar el trabajo en la mina Santa Elisa durante cinco meses", narra el propio Torquemada.
Para solucionar el problema, la compañía planeó establecer dos grandes tomas de agua en el río Guadiato, una en la Vega, junto a la estación de Cabeza de Vaca, y otra en la huerta del Carrascal, a apenas un kilómetro de Belmez. La reacción de los vecinos no se hizo esperar. Y, temerosos porque la empresa dejara sin agua al ganado y pusiera en riesgo el consumo humano, ya que tal volumen de agua podría secar el río en los meses de verano, forzaron la intervención del Ayuntamiento.
La institución municipal y la compañía alcanzaron un acuerdo beneficioso para todos. Así, a cambio de la concesión para extraer agua del río, acordaron la construcción de los depósitos de agua potable que, con una capacidad de 6.500 metros cúbicos, garantizaban el consumo de la población durante los tres meses de sequía del verano. Además, la compañía debía instalar dos pilares públicos y establecer la red de agua potable en todo el pueblo, narra Torquemada.
Corría 1883 y Belmez se convertía en uno de los primeros municipios de la provincia de Córdoba en contar con agua potable. No solo eso. El acuerdo entre el Consistorio y la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces establecía que el suministro para los incendios se daría gratis, así como el suministro para la cárcel y para el riego del parque municipal Vicente Sánchez, que en aquel momento se empezaba a construir. Y, como curiosidad, tanto Belmez como Peñarroya-Pueblonuevo desarrollaron una segunda red de suministro hídrico, la llamada agua mala, industrial, sin potabilizar, que hasta bien entrado el siglo XX regaba los jardines y llegaba a empresas o talleres. Aunque, como destaca Torquemada, lo más relevante fue la construcción de los depósitos.
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